La decisión de la Delegación de Gobierno, de prohibir la exhibición de banderas independentistas en el final de la Copa del Rey del próximo domingo, ha provocado múltiples reacciones.
Por un lado, el Presidente de la Generalidad, el Sr. Puigdemont, ha anunciado que no acudirá a la final, por lo que considera un atentado a la libertad de expresión. También se sumará a esta iniciativa la alcaldesa de Barcelona y algunos dirigentes favorables a la independencia, como Joan Tardá o políticos de la CUP, que llaman a la desobediencia civil o incluso a que el club de fútbol catalán no asista al evento.
Por otro lado, el Partido Popular (salvo Xavier García Albiol), considera la medida como acertada, pues entiende que la bandera estelada es inconstitucional y, posiblemente, pueda incitar a futuros disturbios. En esa misma línea está Ciudadanos, que estima que la orden se basa en la ley, e incluso el socialista Fernández Vara ha definido la disposición gubernamental como acertada.
Existen antecedentes, pues la UEFA ya ha sancionado a la entidad azulgrana por el mismo motivo. Esto provocó en su día la protesta y las reacciones de disconformidad del club y de toda la plana mayor política de Cataluña, considerando esta sentencia como una restricción de la libertad de expresión, y una ofensa a los sentimientos de miles de catalanes.
Así está el panorama, y lo que iba a ser un evento deportivo entretenido y animado, se ha convertido, una vez más, en un campo de batalla ideológica. Sin embargo, todo esto es fruto del enorme poder mediático que ha tenido y tiene el nacionalismo en Cataluña, ya que los políticos independentistas durante décadas, se han encargado de apropiarse de las escuelas, de los medios de comunicación, de las instituciones, de la calle e incluso (como está demostrado) del propio Barça.
No se me va de la mente la cara de regocijo y satisfacción del anterior Presidente Artur Mas al lado de un recién estrenado rey Felipe en el Camp Nou en mayo del 2015, cuando el monarca aguantaba estoicamente la sonora pitada de la afición allí congregada, y tampoco se me olvidan los abucheos y pitos al himno de España en multitud de ocasiones, por parte de esta hinchada secesionista. Supongo que, como yo, muchos españoles se sintieron también ofendidos. Sin embargo, los dirigentes catalanes políticos y deportivos, volvieron a apelar a la libertad de expresión y “pelillos a la mar”.
Como conclusión, entiendo que se reclama la libertad de expresión tanto para ofender como para considerar que te ofenden, y que piden respeto los que reparten banderas y silbatos en las puertas de los estadios con el ánimo de ofender. Por lo tanto, considero la medida como acertada, pues tiene un carácter preventivo. No es el momento ni el lugar para dar rienda suelta a la ideología política. Para eso están las marchas, las manifestaciones y las mareas que convoca la Generalidad.
Y quisiera también hacer una reflexión. Si yo fuera hincha del Barça tendría un dilema… ¿Dónde me siento? … ¿Con los contrarios, en este caso del Sevilla? … ¿O con los secesionistas que me están ondeando la bandera en las narices?