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Opinión-Editorial
SIN PROPóSITO DE ENMIENDA

Una ciudad de cine

8 de Agosto | 12:37
Una ciudad de cine
Cáceres se va a convertir en los próximos meses en escenario de dos superproducciones: Romeo y Julieta y la conocidísima serie Juego de Tronos. Para los que somos fans de los libros de J.R.R. Martin y de la versión que se ha llevado a la pequeña pantalla de las aventuras, conflictos y luchas de poder entre los Reinos de Poniente, no puede haber mejor noticia.

¡Cáceres en Juego de Tronos! No esta mal para una ciudad que hace unos años prohibió a Pedro Almodóvar poder filmar aquí – eran los tiempos de San José María Saponi – “La mala educación”, película que se preveía ácida y crítica para con la educación católica y en la que el director manchego rememora el ambiente estudiantil que él precisamente vivió en nuestra ciudad.

Pues sí. Los tiempos cambian. Ya no son años de meapilismos y censuras propias de otros siglos, de inquisiciones varias e inútiles en medio de una renovada modernidad. Y hablando de la inquisición, también la plaza de San Jorge vivió su auto de fe, que quedó convenientemente recogido en la película que sobre la vida de Colón rodó el americano Scott. Cierto que, para quienes profesamos algún conocimiento histórico, resulta de una incongruencia considerable ver la iglesia barroca jesuita de la Preciosa Sangre en tiempos de Cristobal Colón y los Reyes Católicos, pero los anacronismos son parte inevitable del mundo del cine.

Y es que Cáceres ha sido ya escenario del cine y la televisión: estamos en La Celestina, en La Serrana de la Vera o en la serie española dedicada a Isabel la Católica; pero convendrán conmigo que aparecer en Juego de Tronos da mucho caché y probablemente deje mucho dinero. Añadamos además la publicidad extra, especialmente entre el cada vez más numeroso club de fans que van buscando los emplazamientos originales de la serie, habiéndose creado en estos años todo un singular y lucrativo turismo de Juego de Tronos.

Pero más allá de los beneficios, es especialmente importante para que nos vayamos dando cuenta de la necesidad de dotar de vida a nuestra ciudad monumental. Durante centurias hemos sido un escenario de cartón piedra, solo se veían las fachadas de palacios e iglesias, pero todo estaba cerrado y – en muchas ocasiones – en ruina por dentro. Hoy se abren las ermitas poco a poco, las torres y los lienzos de la muralla para que sean recorridas e incluso algunos de los palacios señoriales, con sus patios. Pero queda mucho camino por recorrer: aún hay pocos negocios en la Parte Antigua y todavía restan demasiadas casas señoriales cerradas a cal y canto mientras sus aristocráticos dueños viven en Madrid, de donde no salen.

Y es que, con el transcurrir de los siglos, la nobleza está cada vez más disminuida, más concentrada, no sabemos si por tantos matrimonios consanguíneos o porque, en ausencia de guerras de conquistas ya no hay nobles de nueva hornada y los títulos otorgados por nuestra monarquía escasean; el caso es que no hay nobles cacereños, o apenas. Se fundieron con otra familias y todos terminaron en la Milla de Oro de Madrid.

Pero aquí quedan sus palacetes. Ojalá algún día tengan utilidad y no sean solo el refugio privilegiado de gatos y ratones.


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