El conde de Romanones, un habitual en todos los saraos políticos de la Restauración, diputado eterno – sus caciques particulares se aseguraban de su elección convocatoria tras convocatoria – y varias veces ministro en el Gobierno de su Majestad Alfonso XIII, hasta que el apoyo del monarca al golpe de estado del general Primo de Rivera y la subsiguiente Dictadura militar acabó con el sistema turnista inaugurado por Cánovas del Castillo en 1878, el conde de Romanones, decía, fue un ilustre orador que nos dejó muchas y sabrosas anécdotas e ironías en su dilatada vida parlamentaria.
Una de esas anécdotas nos lo presenta en la tribuna del congreso expresando la firmeza de sus principios: “No, señorías. No, nunca... por el momento”.
Hoy apenas tenemos parlamentarios afectos a una buena oratoria, y desde luego Mariano Rajoy es la antítesis de la imagen del político culto, hábil y ducho en la palabra que se sucedió entre la Restauración y la II República, antes de la llegada de los sones militares del General Franco al ritmo de “muera la inteligencia”; pero el “no, nunca... por el momento” sigue expresando las certezas inquebrantables de nuestros actuales dirigentes. Sus proclamas son, cuánto más solemnes, más volátiles.
Otro Rivera, Albert, es maestro de la soflama frágil. Dijo que jamás votaría sí o se abstendría si Rajoy era el candidato a Presidente del Gobierno en campaña electoral y en los días posteriores al 20J; pasadas unas jornadas anunció, con la misma solemnidad, que se abstendría por el bien de España – cómo no, es el recurso habitual – pero que nunca, nunca, nunca daría el sí a menos que el PP no presentase otro candidato y, finalmente, hoy ya nos dice que va a votar que sí. En mes y medio ha recorrido todas las posturas sin apenas despeinarse.
Los no, nunca de Mariano Rajoy también son míticos: no a la subida del IVA, no a la subida de impuestos, no a los recortes en sanidad o en educación... Muy poco del programa electoral del Partido Popular sigue en pie.
Por el momento los únicos que resisten empecinados en no variar son Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: dijeron no al PP y se mantienen. En el caso del dirigente socialista pese a las presiones de sus antecesores, exministros, barones regionales y buena parte del antiguo imperio Prisa, hoy ya muy devaluado.
Claro que Pedro Sánchez tiene un serio problema y es que al final parece transitar por el muy español comportamiento del perro del hortelano pues, siendo muy loable que por principios ideológicos mantenga su rechazo a un gobierno de la derecha, no parece muy razonable que al mismo tiempo se niegue a explorar las posibilidades de encabezar una alternativa a Rajoy: no al PP, no a un gobierno de izquierdas y no a un adelanto electoral son tres noes imposibles de conjugar: si el PSOE no quiere que en unos meses estemos votando por tercera vez o se abstiene para que Rajoy forme gobierno o el señor Sánchez se presenta e intenta aglutinar a su alrededor una mayoría suficiente. Esta es la disyuntiva que le presenta Podemos y Pablo Iglesias, con toda la razón del mundo.
Y así, varios meses después, seguimos sin ejecutivo. Todos nos dijeron que había prisas, que era urgente... Pero llegó el puente de agosto y las prisas se transformaron en unos días de asueto. Llevamos seis meses de interinidad y ¿por qué no otros seis? Tal vez estemos condenados a vivir nuestro propio Día de la Marmota con un gobierno en funciones perenne y elecciones cada seis meses. Una y otra vez.
