Reconozco que me encuentro entre quienes, bien desde las páginas de opinión de los periódicos digitales, o en las tertulias televisivas o, más prosaicamente, en la barra de un bar – templo por antonomasia del debate político (a falta de un Chesterton español, nunca hemos ponderado lo bastante nuestras tabernas como espacio único de socialización y comunicación de ideas, mucho más esencial para nuestra cultura ciudadana que las parroquias, sedes de partidos o cenas familiares) consideraba imposibles varios supuestos: hace unos meses, que pudiéramos acudir a unas nuevas elecciones y hasta hace tres días, que tal vez estemos condenados a repetir la experiencia, por tercera vez. Imposible, he pontificado, imposible que votemos una y otra vez.
Mi amigo Valentín, persona razonable en tanto que buen bebedor de vinos, entre diciembre y junio solía preguntarme con insistencia, en cada ocasión, es decir, ante cada oportunidad de compartir una buena botella de tinto: ¿habrá elecciones? Interrogante fecundo que nos permitía disertar sobre nuestra clase política. No – contestaba – no habrá elecciones. Y pasábamos a elucubrar posibles escenarios que las impidiesen: una abstención sorpresa, un acuerdo de última hora, quien sabe si una epidemia de diarrea que afectase a una parte del hemiciclo... Y en julio, ya lo saben ustedes, fuimos a votar. No hubo sorpresas ni fue necesario el uso del fortasec.
En este final de agosto volvemos a preguntarnos: ¿unas terceras elecciones, y además en Navidad? He estado tentado a negar tamaña barbaridad: la barbaridad de que nos digan que nuestro voto ha valido para poco y la barbaridad de ver las urnas en plenas fiestas navideñas, tras la cena de nochebuena y cuando las siguientes 24 horas solo están para recuperarse de cuñados y rebajar un poco el nivel de intoxicación etílica. Imposible, me digo... Pero...
Debemos admitirlo. Aunque parezca increíble, visto lo que hay, una cita con las urnas, otra vez y van dos por el momento, es no solo probable en el día de hoy, sino, según avancen los próximos dos meses, inevitable.
Y así, el 25 de diciembre, junto a los villancicos convivirán los videos electorales y en el belén, junto al niño Jesús, tendremos a nuestros líderes bajo el pesebre. Conste aquí que tampoco me rasgo las vestiduras por ejercer un tercer voto. Ya tuvimos 40 años sin urnas, sin libertades políticas y sin poder despotricar de nuestros dirigentes en público: yo, desde luego, no estoy ahíto de democracia.