Rita Barberá, Senadora del Reino de España, debía acudir hoy a la Cámara Alta para asistir a la constitución de las comisiones parlamentarias de las que forma parte. Es una de sus obligaciones como cargo público; y no es que el Senado se prodigue en hacer sudar a sus señorías, siendo como es un retiro bastante apacible: buen salario, una jornada liviana y mucho tiempo libre para que los ilustres moradores del viejo palacio frente a la Plaza de Oriente puedan pasear o ver obras en las calles de Madrid.
Pues bien, la flamante senadora por la Comunidad de Valencia, conocida la petición de imputación por blanqueo de capitales que aconseja contra ella nada menos que el Tribunal Supremo de Justicia, ha optado por dar media vuelta – dicen que en Cuenca, bajando del AVE que la llevaba a Madrid – y hacer “pellas” en su trabajo so pretexto de estudiarse a fondo el auto judicial..
¿Se imaginan ustedes a un médico al que le informan que le han denunciado y llama a su Jefe de Servicio para decirle “oye, que hoy no voy a operar que tengo que leerme unos papeles que me afectan”? Le habrían abierto expediente de inmediato, con propuesta de sanción. En la empresa privada, directamente sería motivo de despido procedente: faltar a las responsabilidades laborales sin causa justificada.
Pero para Rita la blanqueadora no hay problema: seguirá cobrando su salario de senadora aunque hoy no acuda al puesto. Y no habrá amonestación. Seguirá aferrada al sillón rojo aunque su partido haya firmado un pacto que obliga a que sus miembros investigados (antes, imputados) dimitan de sus responsabilidades públicas. Y con toda probabilidad continuará en la Diputación Permanente para garantizarse el aforamiento en caso de que se disuelvan las Cortes en mes y medio.
La otrora alcaldesa de Valencia hace tiempo que debería haber hecho mutis por el foro: desde el mismo momento en que se conoció que gastaba miles de euros del erario público en hoteles de lujo, comidas, coches de alta gama, transportes en primera y compras de vinos, licores y naranjas mientras exigía al resto de españoles que, en tiempos de crisis, debían apretarse el cinturón, doña Rita debería haber dimitido. O cuando se imputó al 99% de sus concejales por el pitufeo para financiar ilegalmente al partido. O el día que su íntima amiga, la concejala de cultura, confesó como otorgaban los contratos a cambio de mordidas. Y desde luego a los pocos minutos de saber que el Tribunal Supremo quiere que la juzguen por blanqueo de capitales. O simplemente, por tomarse a cachondeo la representación de los españoles en las Cortes dando marcha atrás y huyendo del Senado. Solo por ésto, Rita Barberá debería estar fuera.
Pero me temo que no lo veremos.
Y mientras tanto disfrutará de las ventajas del Senado, ese paraíso sin parangón. “¿Sabes porqué todos los senadores son ateos?” – me preguntó una vez un colega diputado de la Asamblea de Extremadura del Partido Popular, cuyo nombre permitan me lo reserve – “¿Todos? – contesté en mi inocencia – “Seguro que los de mi partido, pero ¿ateos los del tuyo?”. “Sí, sí, todos los senadores son ateos porque no conciben un mundo mejor”.
Y vaya que tuvo razón. Como para decirle a Rita que abandone...