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ACARICIANDO LA HISTORIA

Jerez de los Caballeros y la leyenda de los Tristes Silbidos. Un peculiar homenaje para el día de Difuntos

31 de Octubre | 10:40
Jerez de los Caballeros y la leyenda de los Tristes Silbidos. Un peculiar homenaje para el día de Difuntos
Una de mis grandes pasiones siempre ha sido la de trabajar con la historia documentada de la Orden del Temple, no lo puedo negar. Su gestación, su paso por la Historia, ese que se escribe con mayúsculas, y sobre todo su trágico final, han hecho de ella una de las órdenes militares que más ríos de tinta ha conseguido generar. Su estudio se puede acotar muy bien en la línea de la historia, con su principio y su fin, como conservada en formol, esperando ser descubierta y estudiada. Pero ojo, porque este tema, el del Temple, es el campo de abono perfecto para que aparezcan más chalados por metro cuadrado que en cualquier otro sitio.

Y sí, lo digo así, como suena. Gracias a Dios, hoy por hoy ya contamos con la suficiente documentación, información y registros para poder hablar de la Orden del Temple de una forma histórica y veraz, pero claro, a nuestro alrededor brotarán como setas todo tipo de iluminados, caballeros reencarnados, y otro tipo de hierbas, que defenderán a capa y espada ser los auténticos herederos de la Orden, así como los conocedores de los verdaderos secretos y misterios ocultos de los caballeros templarios. Ahí es nada. Evidentemente esto es mucho más fácil y cómodo que enfrentarse a los documentos.

Pero sobre este tipo de setas tan divertidas ya hablaremos en otro momento, así que vamos con el tema que nos ocupa: Jerez de los Caballeros y la leyenda de los Tristes Silbidos.

Impresionante y acogedor. Creo que esas son las palabras que definen a este bonito pueblo de Badajoz y que fue encomienda de la Orden del Temple.

Entre los años 1244 y 1248, el rey castellano Fernando III, conocido con el sobrenombre de "El Santo", donaba a la Orden del Temple un extensísimo territorio que abarcaba desde el concejo de Badajoz hasta el concejo de Sevilla, territorio que tenía cuatro puntos claves: el castillo de Alconchel, el de Burgillos del Cerro, el de Fregenal de la Sierra, y como no, el de Jerez de los Caballeros.

Ya tendremos en otra ocasión oportunidad para hablar de las andanzas de los templarios por tierras de Xerez, de sus pleitos con el obispado, como el del año 1256, de documentos, como el fechado en el año 1272 y que nos cuenta la reunión que se produjo en Jerez de los Caballeros entre frey García Fernández "omildoso mestre de la cavallería del Temple nos regnos de Castilla e de León" con otros catorce templarios, o de la ayuda que los del Temple prestaron al infante don Sancho en la rebelión contra su padre, Alfonso X el Sabio, durante los años 1282 a 1284. Os aseguro que es mucho más interesante, productivo y gratificante, que la búsqueda de griales y gatos cósmicos como Doraemon.

Pero metámonos en harina. Tras las falsas acusaciones vertidas por el rey Francés Felipe el Hermoso, quien no solo había ignorado la autoridad papal de Clemente V, sino que le había pasado por encima como si fuera un camión de tres ejes convirtiéndolo en una marioneta a la que manejar a su antojo, el 13 de octubre de 1307, todos los templarios de Francia eran detenidos.

Sin embargo, en el reino de Castilla, la situación, y sobre todo el final de los caballeros templarios, fue muy distinto al de los caballeros franceses, incluso al de los aragoneses.

La actitud de Fernando IV  ante la detención de los templarios franceses,  y la promulgación de la bula  "Pastoralis praeeminentiae" mediante la cual el papa Clemente V ordenaba la detención de todos los templarios en todos los reinos cristianos, fue, primero, de perplejidad, y después, de benevolencia. Evidentemente, sus intereses tendría.

Sirva como ejemplo que esta bula, "Pastoralis praeeminentiae"  fue promulgada por el Papa el 22 de noviembre de 1307, y aún al año siguiente, en 1308, el maestre provincial del Temple  para  Castilla y Portugal, frey Rodrigo Yañez, tenía auténtica libertad de movimiento por tierras castellanas, incluso llegó a reunirse varias veces con doña María de Molina, madre de Fernando IV, para tratar diversos temas.

Así pues el rey castellano hizo oídos sordos a las ordenes papales, y se conformó con la entrega por parte de los templarios de sus posesiones y castillos. Esto ocurrió en muchos casos sin apenas violencia ni detenciones, aunque si es cierto que algunos castillos ofrecieron resistencia y tuvieron que ser cercados por las tropas reales, como el de Fregenal de la Sierra o el de Alconetar.

Xerez también tuvo en jaque durante un tiempo a las tropas reales, ya que tras la suspensión de la Orden en el año 1312 mediante la bula "Vox in excelso", estos decidieron hacerse fuertes en su castillo, desafiando el poder real.

Y aquí es donde comienza el mito. Según se cuenta, ya que no existe ningún documento que así lo diga, más de sesenta templarios fueron degollados en la conocida como torre Sangrienta, hecho que tuvo como resultado esta bonita leyenda que todavía se puede oír por las calles de Jerez.

Y ojo, porque la leyenda. poco o nada tiene que ver con las setas y champiñones iluminados de los que os he hablado más arriba. La leyenda, forma parte de nuestro acervo cultural, de nuestra tradición, y de nuestra cultura. Las leyendas hay que cuidarlas y mimarlas, a sabiendas de que poco o nada tienen de veraz, aunque sí es cierto que siempre esconden un poso de realidad. Solo así mantendremos viva esa cultura popular de la que tanto, por los menos a mi, me gusta disfrutar.

Y hablando de disfrutar, a cada uno le gusta disfrutar del día de la conmemoración a los Fieles Difuntos a su manera. A unos les gusta respetar las tradiciones, otros celebran Halloween, mis queridas setas y champiñones imagino que invocaran el poder del Baphomet para absorber la sabiduría secreta de Ganímedes y Raticulín, y a mí, me gusta celebrarlo con los templarios, disfrutando de la lectura de leyendas como la del Monte de las ÁnimasEl Último templario de Coelleira, la de Las Simas del Palancar y Sabinillo, y como no, la de los Tristes Silbidos de Jerez de los Caballeros, esa leyenda que seguramente un día cautivó al poeta Francisco Redondo, quién supo crear el ambiente melancólico de la antigua fortaleza templaria de Xerez en unos versos especialmente sentidos:


“Por el tiempo maltratada,
por todos abandonada,
cumpliendo horrible condena…
Se ven en las noches lluviosas
vagar sombras misteriosas
por sus quebradas almenas”.

La leyenda de los Tristes Silbidos.


Cuentan que los caballeros degollados en Jerez fueron los últimos templarios. Y que antes de morir, juntos como hermanos, hicieron un solemne juramento. Cada uno de ellos, juró en nombre de Dios y del Templo de Salomón que volvería de su tumba para galopar en su caballo hacia los Santos Lugares y proteger de nuevo los caminos y defender a los peregrinos. Y cuentan que, en las noches sin luna, cuando el cielo está oscuro como boca de lobo, al sonar las doce campanadas, los últimos caballeros templarios de Jerez de los Caballeros regresan de sus tumbas, regresan de la muerte, blandiendo sus espadas, preparados para acudir a Tierra Santa, para proteger a los peregrinos de los bandidos; para cumplir un juramento.
Nunca nadie ha visto a los caballeros que dieron honor y gloria a la villa. Nunca nadie ha visto el brillar de sus armas, ni el de sus armaduras; nadie ha visto sus pendones, ni sus túnicas blancas, ni sus cruces rojas; nunca nadie vio nada; nunca.

Pero dicen que muchas noches sin luna, cuando el cielo más negro está, cuando resuenan las doce campanadas, todo entra en silencio; todo se detiene y, entonces, se les oye silbar. Silban; silban sin descanso, llamando a sus cabalgaduras. Silban. Y en el castillo que fue del Temple, que vigila Jerez desde el cerro más alto, reverberan los silbidos en un eco estremecedor que resuena en el aire hasta el amanecer; hasta que aparece el primer rayo de sol; hasta que de nuevo el cielo recupera su color de vida, y el negro de muerte desaparece del horizonte, cuando la “Santa Compaña Templaria” se retira a su triste lugar de descanso; cuando se retira a la Torre Sangrienta, porque los caballos no han acudido a su llamada. Entristecidos caballeros. Incapaces de cumplir su juramento.

Y llega el silencio, en el mismo momento en el que alumbran las primeras luces del día...
 
 


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