Pese a que en la actualidad sean muchos (más muchas que muchos) los que afirman lo contrario, como si de un dogma de fe se tratara; durante miles, millones de años, los hombres y las mujeres se repartieron las tareas familiares y sociales en función de sus especializaciones evolutivas: los hombres desempeñaron los cometidos más arriesgados o de mayor exigencia física; y las mujeres se centraron, sobre todo, en los relacionados con la maternidad y las tareas domésticas.
Que se sepa, ninguno de los sexos, ni hombres ni mujeres, renegaron jamás de sus funciones ni codiciaron las del otro sexo, y ninguno se sintió desfavorecido frente al otro. No hay ningún indicio de que desde que el mundo es mundo las mujeres y los hombres no hayan tendido a complementarse. Tanto los hombres como las mujeres siempre han cumplido las expectativas, las misiones que los unos esperaban de las otras y viceversa. Gracias a esa complementariedad, unas veces acertando, otras equivocándose, nuestros antepasados lograron sobrevivir, primero como especie y después como civilización; y nos condujeron hasta la presente época de prosperidad y bienestar sin precedentes.
Además, desde tiempos muy antiguos, hombres y mujeres compartieron numerosas tareas, primero como cazadores y recolectores, luego, tras volverse sedentarios en las tareas agrícolas y ganaderas, o en los talleres artesanales o pequeños comercios urbanos, a medida que la civilización iba avanzando… Finalmente, con la expansión del sector terciario y las oportunidades de la vida moderna (en particular, con el descubrimiento y comercialización de los anticonceptivos), la mujer empezó a salir del entorno doméstico e incorporarse al trabajo fuera del hogar. Nadie se lo impidió, y menos que nadie los hombres. La “lucha”, si alguna hubo, fue más contra los prejuicios de mujeres de generaciones anteriores, incluidas madres y abuelas, que contra reticencias masculinas.
En la actualidad, las mujeres no sólo gozan de igualdad legal y de oportunidades, sino también de ventajas en forma de baremos especiales y cuotas, y su presencia es ya mayoritaria en algunos de los campos profesionales más prestigiosos e influyentes (por ejemplo, la medicina o el derecho).
Por su parte, los hombres siguen, como en los viejos tiempos, desempeñando las funciones más penosas y arriesgadas. La siniestralidad laboral es casi exclusivamente masculina: entre 900 y 1.000 hombres (y unas 30 mujeres) mueren cada año en España en accidentes laborales.
Carlos Aurelio Caldito Aunión