Llevo días resistiéndome a escribir sobre este tema, es más, creo que no he querido escribir sobre ello porque quería creer que no era verdad, quería cree que era imposible que llegase el ser humano a esos extremos, quería creer tantas cosas, creo que debo dejar de ser tan ingenua porque si no a este paso me las van a seguir dando todas por el mismo sitio.
¿A qué viene mi indignación? Al populismo barato de los que dicen NO a Amancio Ortega, de los que dicen NO al buen hacer, de los que dicen NO a la salud, de los que dicen NO a la esperanza. Y ahora habrá quien me diga que la populista estoy siendo yo, pues saben qué les digo, que llegados a este punto creo que hasta tengo derecho a serlo, lo que yo estoy diciendo no es populismo es una realidad; ahí están los que se han enrocado en un NO sistemático y sin sentido frente a los que de verdad necesitan esa donación, es más, ¿quién les promete a esos que dicen NO que no sean el día de mañana usuarios de esas máquinas? Dios quiera que no las tengamos que usar ninguno, Dios quiera que desaparezca esta maldita enfermedad, pero mientras tanto bendita sea esa donación y las que vengan, y sigamos firmes en la esperanza.
Quienes tratan conmigo saben que llevamos en mi familia más de un año inmersos en este mundo de ir y venir al hospital, una prueba, la de más allá, un resultado, otro, una máquina, un pinchazo, quirófano, quirófano, lágrimas y más lágrimas pero, sobre todo, esperanza, es lo último que se pierde y es lo que nos hace seguir vivos, mantenernos firmes, no decaer mientras cada día durante un mes mi madre se metía en esa máquina y saben qué, entraba con miedo pero salía con esperanza. Por eso ella, ellos, los que están ahí, los que la han padecido, los que no saben qué puede pasar, ellos son los verdaderos protagonistas y los que saben el valor de ese dinero, el valor de la vida.
Y volverán a decirme populista y demagoga pero a estas alturas de la jugada me trae sin cuidado lo que me digan, con la vida no se juega. ¿Saben qué ocurrió el día que salió la noticia a la luz en la sala de espera de radioterapia del Hospital Infanta Cristina? Se vivía algo especial, era una alegría latente, las sonrisas iban de acá para allá, era raro quien no lo comentaba, y ¿saben cuál fue la palabra que más se escuchó? Gracias. Ninguno de los que estábamos allí llegaremos a conocer a Amancio Ortega pero esas gracias se lanzaban al aire como si estuviera allí con nosotros. Si yo sin ser la enferma aplaudí cuando leí la noticia, qué iban a hacer ellos, los verdaderos protagonistas de estas historias.
Hablando de historias, me gustaría que esos, los abanderados de la sanidad, los que dicen que esto es limosna, los que repiten una y otra vez que no se puede aceptar porque para eso está la sanidad pública, hubieran escuchado las historias de esa pequeña familia que se forma en los sótanos de este hospital, de éste y de cualquiera. No saben cuánto duele escuchar lo que han pasado, lo que les queda por pasar pero todo ello envuelto en un maravilloso papel de regalo que es la esperanza por vivir.
Esos que han aprendido como su primera palabra el NO podían hacer una cosa, tanto que les gusta consultarlo todo, las asambleas populares y esas cosas, por qué no se dan un paseo por las áreas de detección de cáncer, por las unidades de oncología, por las áreas de tratamiento y hacen una pequeña encuesta, de esas que tanto les gustan. A ver, si en esta vida según estos individuos todo hay que consultarlo y consensuarlo ¿por qué esto no?
Anda y cierren la boquita un rato, trabajen, intenten solucionar los problemas para que con lo que tenemos nadie tenga que dar nada, y si eso pasen por Zara o por alguna de las tiendas de Inditex y hagan una comprita ¿o también van a dejar de vestirse?
