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Política ficción

8 de Enero | 11:32
Política ficción

Según Jeremy Rifkin, los modelos de sociedad, las civilizaciones, se pueden definir a partir de la combinación entre los sistemas de comunicación y las fuentes de energía que utilizan para la génesis y el mantenimiento de sus propias estructuras económicas y sociales: la madera, la energía hidráulica, el carbón, el petróleo, la electricidad…se han sucedido como fuentes energéticas primordiales; la escritura, la imprenta, las telecomunicaciones han sido el paralelo en los sistemas de comunicación. 


Todas ellas han propiciado tecnologías productivas que han condicionado la estructura social, el modo cultural de concebir la vida, la ideología, la religión, el reparto de la riqueza, la posibilidad de que la justicia, la igualdad y la libertad sean o no una realidad y para quién sí y para quién no. 

La revolución agrícola, con la energía hidráulica, nos trajo la escritura y las primeras civilizaciones complejas. 

La primera revolución industrial del carbón y la máquina de vapor fue acompañada del ferrocarril y fue posible gracias a los cambios sociales que introdujo la invención y la utilización de la imprenta en los inicios de la edad moderna. 

La segunda revolución industrial, basada en el petróleo y la electricidad, trajo los sistemas de transporte basados en el automóvil (con sus sistemas de fabricación en serie) y la primera generación de los sistemas de comunicación basados en la electricidad: la radio y el teléfono. 

Cada uno de los momentos indicados ha sido acompañado por importantes cambios en la conciencia humana, individual y colectiva. Parece que eso que llamamos civilización está formado por un complejo de relaciones entre energía, comunicaciones y conciencia. 

Hoy, el complejo energía-comunicación-conciencia está marcado por el cenit y el declive a la vez del petróleo como fuente primordial de energía, por la revolución de internet y las redes sociales en las comunicaciones y por los cambios individuales y colectivos en la conciencia humana, mucho más difíciles de determinar. 

En 2005 el 85% de la energía consumida en el mundo provenía del petróleo y hoy hay voces autorizadas que hablan de que ya las reservas mundiales de petróleo han llegado a su punto máximo (es decir, a partir de aquí y hasta, menos que más, final de siglo veremos cómo el petróleo es cada vez más difícil y caro de extraer, con todas las tensiones políticas que eso conlleva). 

Las energías límpias y renovables como la eólica y la solar, aunque tecnológicamente desarrolladas, presentan serios problemas por la combinación de dos de sus principales características: la discontinuidad de su producción y la imposibilidad de su almacenamiento. Ello hace que no se pueda disociar el momento de la producción de la energía del momento de su consumo y que la producción energética a partir de éstas fuentes no pueda ajustarse a sistemas que permitan abaratar sus costes. 

Hay opciones para solucionar esto, por ejemplo la opción tecnológica del hidrógeno: el hidrógeno que es susceptible de ser transformado en gas a partir de agua a la que se le aplica un proceso eléctrico, con la felíz posibilidad de ser almacenado, usado como combustible en forma de gas o de revertir el proceso y volver a obtener energía eléctrica: es lo que vulgarmente se denominan pilas de hidrógeno. 

La tecnología para llevar a cabo estos procesos u otros similares está incipiente pero suficientemente desarrollada (hay quien se atreve a aventurar que en pocos años veremos resultados sorprendentes alrededor de estas metodología de obtención de energía). El problema es si estamos en condiciones de sustituir con estas tecnologías al complejo energético social y económico de los combustibles fósiles. El reto es tecnológico, pero también económico y político. 

Una de las posibilidades que se avecinan con el el uso de estas fuentes de energía y procesos de transformación energética al alcance de todo el mundo es la implantación de redes de energía de generación distribuida (redes de prosumidores de energía, en las que seremos productores y consumidores a la vez, en un mercado energético horizontal con más forma de red que de pirámide). En definitiva estaríamos hablando de un sistema energético paralelo y similar al sistema de relaciones que se está implantando en la sociedad mundial a través de las redes sociales de la mano de la comunicación por internet. 

Si esto es así, si ocurre de verdad, las consecuencias sociales acarrearían posiblemente procesos de redistribución del poder económico y político: ahí tenemos un atisbo del complejo energía-comunicación-conciencia de la sociedad que, para las personas más optimistas, podría venir: estructuras de producción y consumo energético más democráticas y horizontales, modos de comunicación social y decisión política más participativos e igualitarios. 

Si yo fuera uno de los magnates de la economía del petróleo (grandísimas factorías de automóviles, petroleras enormes, refinerías y todo lo que en nuestra economía depende del petroleo: plásticos, envases, ropas...y capacidad financiera) estaría preocupado por las posibilidades de perder hegemonía económica y predominio político si esta sociedad de verdad se avecina, con un más que posible transvase de poder desde la capacidad de producción hacia las acciones políticas de consumo. 

Todo, claro está, si están en lo cierto los que proclaman que las sociedades se definen a partir de la combinación entre los sistemas de comunicación, las fuentes de energía que utilizan y la conciencia individual, política y social resultante. 

Tengo un amigo, al que muchos tachan de chiflado, que defiende que la actual situación económica responde a una ofensiva de los poderes económicos hacia las instituciones políticas y la sociedad civil para posicionerse en condiciones de ventaja ante la posible pérdida de hegemonía que se les viene encima. 

Yo no soy depositario de una capacidad de especulación tan fantástica, pero sí creo que la lógica mercantil del beneficio por encima de todo funciona de tal manera que produce estos resultados de devastación, ya lo ha demostrado en otras ocasiones: arrasará con todo lo que consideramos bueno y digno y que tanto nos ha costado conseguir. 

...Y deduzco como necesaria una alianza entre lo público y lo civil, el estado y la sociedad para atajar el miedo que quizá los poderes económicos tienen a perder su hegemonía. ¿Hacia dónde se dejarán caer las instituciones del estado? 



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