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Opinión-Editorial
LA PUERTA DE TANNHAUSER

Extremadura en la encrucijada

12 de Marzo | 10:50
Extremadura en la encrucijada
Nos encontramos en un momento delicado para nuestra realidad como nación: excepcional, diría yo, en toda la extensión del término. Para aquellos que hemos vivido siempre en el régimen de la constitución del setenta y ocho, sin duda, así nos parece.

Fluye en el ambiente una atmósfera de cambio, puesto que el cambio va asociado a la propia crisis, y sin duda, este período, es un período de múltiples complicaciones. 

Muchos son los que hablan abiertamente de la decadencia de un modelo de país (el llamado modelo autonómico), un sistema de organización nacido tras la muerte del dictador, que ha servido para el desarrollo asimétrico y con varias velocidades de los territorios que componen la nación.

En ese escenario, ¿cuál es la situación de Extremadura?

Las opiniones dan para todos los gustos: unos se les llena la boca hablando del espectacular crecimiento  de nuestro pueblo en este período democrático. Otros sin embargo, argumentan todo lo contrario. 

Sea como fuere, vamos a analizar la realidad de nuestro momento, no de la progresión ni del pasado, y en esa realidad, las estadísticas son los que hablan por sí solas.

Si sobre esos datos nos basamos para compararnos con el resto de territorios de nuestro país, las conclusiones no son muy halagüeñas: la despoblación de nuestros pueblos, tanto por cuestiones demográficas como por la falta de oportunidades laborales de sus ciudadanos, el paro acuciante sobre todo en ciertos segmentos de la población, la menor renta percápita con respecto a otros territorios nacionales o el chorreo constante de fondos estructurales europeos para el desarrollo (para mí, un indicador negativo clave), lo cuál nos hace ser la única comunidad autónoma nacional que es objetivo prioritario para la Unión Europea, al mismo nivel que países como Bulgaria y otras naciones de nuevo ingreso en el club europeo.

A tenor de estos detalles, claramente, podemos concluir, que nuestra situación es, siendo muy optimistas, bastante mejorable.

De hecho he llegado a pensar que nuestra experiencia autonómica tiene visos de ser un ejemplo claro de Estado fallido, y que en cierta manera, la viabilidad de la sostenibilidad de la región, está fuertemente comprometida.

La causa es multifactorial bajo mi humilde punto de vista, de tal manera que, culpabilizar a la gestión autonómica en exclusividad de tal situación (grandes responsables por otro lado), no es del todo justo.

Sostengo esta opinión por varios motivos:

En primer lugar porque existen unas raíces culturales que nos postergan a un lugar que históricamente podríamos argumentar como el que nos corresponde: sobre estas líneas ya hemos discutido en otras ocasiones apoyándonos en ciertas hipótesis que sustentan ciertas teorías económicas, las cuales justifican “las dos Españas” en términos de prosperidad económica.

También hay que hablar del papel protagonista que hemos jugado a nivel de la política nacional, o mejor dicho,  del que hemos dejado de jugar, como consecuencia de la discriminación positiva que otros territorios “han sufrido” en PRO de mejorar sus propias condiciones específicas en detrimento del crecimiento y desarrollo del resto, una estrategia bastante mezquina a la par que injusta que los sucesivos gobiernos centrales de todos los regímenes de la España contemporánea, han propiciado a caso para acallar ciertas soflamas nacionalistas nacidas a principios del siglo XX.

Sea como fuere, la situación es la que es, y esa realidad nos hace entender que Extremadura se encuentra en una encrucijada de la que debe salir y esperemos que reforzada. Para ello solamente hay un camino posible: renovarse o morir. Es AHORA nuestro momento de cambio.

La clave en ese sentido pasa por convertirnos en dueños y señores de nuestro propio destino, autosuficientes, capaces de subsistir mínimamente ante los avatares de un contexto muy competitivo a nivel mundial, con un modelo socioeconómico capitalista absolutamente depredador: es decir, hemos de prepararnos para actuar en  el escenario globalizado del siglo XXI de forma autónoma.

Ese salto, en nuestro caso, ha de nacer de una verdadera revolución cultural que rompa con los estigmas del pasado, donde la clave pasa por incrustar en nuestras raíces un espíritu emprendedor del que actualmente adolecemos como sociedad, aunque existan mínimos ejemplos que confirmen la regla.

Un cambio de paradigma absolutamente imprescindible debe significar trabajar en dos contextos diferentes pero necesarios: un contexto productivo con un necesario impacto a corto y medio plazo, y otro educativo del que podamos extraer frutos con el tiempo. 

Con respecto a la primera de sus patas, las acciones a desarrollar tienen que ir dirigidas obsesivamente a la verticalización de los procesos productivos llevados a cabos en la región, puesto que los mismos son el motor socioeconómico, cultural y medioambiental del territorio. Extremadura se ha convertido en una despensa de materias primas (realmente, salvo honrosas excepciones, siempre lo ha sido). Nuestros esfuerzos deben centrarse en la construcción de eslabones de producción intra-dependientes que nos permitan controlar los bienes y los servicios con los que acudimos al mercado,  desde la cuna hasta la tumba.

En ese sentido, hay que destacar que partimos de una ventaja, y es que ya existen modelos de gestión que se pueden tomar como referencia, que además son garantía de éxito en territorios semejantes al nuestro, donde la ruralidad es su característica más definida.

Hablamos de los sistemas de producción conocidos como el de los distritos industriales marshallianos, columna vertebral, por ejemplo, de la economía rural italiana, en donde el tejido empresarial es numeroso pero basado en organizaciones de pequeño o muy pequeño tamaño y muy vinculadas a los territorios, justo como ocurre en Extremadura. 

Este fenómeno socioeconómico no es exclusivo de Italia, e incluso hemos de decir que existen algunos ejemplos en nuestro país, incluso en Extremadura, como es el caso del distrito industrial corchero o el de la piedra, aunque con unas singularidades de funcionamiento que comprometen su viabilidad y les resta de fortalezas y oportunidades.

En esa nuevo re-planteamiento que haga del proyecto de economía rural extremeña un modelo cuya base beba en la fuente  teórica y práctica de los Distritos Industriales, el papel de la Universidad y del resto de los centros del conocimiento, las empresas, trabajadores y las administraciones se antojan como clave.

Precisamente la administración es la que ha de liderar dicho viraje acompañando a los sectores productivos en su revolución distritual, algo que se puede hace sin ningún género de dudas bajo las normas del libre mercado. En nuestro caso, tal liderazgo es imprescindible, ya que el tejido empresarial extremeño dispone de muchas limitaciones que hay que paliar mediante la inyección en vena de ideas y de recursos, y eso solamente puede hacerlo la Administración por vía Express.

Uno de las deficiencias mayores que la administración y el resto de partes interesadas deben de ayudar a paliar en el propio tejido productivo, es la nula o casi nula especialización de las empresas en las etapas de transformación y sobre todo, de comercialización en destino. Se han de dotar a nuestras empresas  de  recursos y de un saber hacer que no existe en nuestra cultura empresarial. Tal oportunidad, por cierto, puede ser una posibilidad de retorno a nuestra tierra del gran capital humano extremeño que hay fuera de la región desarrollando sus habilidades en estos menesteres, además de atraer a los mejores profesionales que no siendo extremeños, quieran desarrollarse humana y profesionalmente en Extremadura.

En este giro hacia la transformación y la comercialización de productos, partimos de una casuística que por ahora nos hace entender como factible la revolución que se plantea: la existencia de los fondos sociales europeos para el desarrollo que  seguimos recibiendo, y que se han venido utilizando durante todo este tiempo por parte de las administraciones con unos resultados poco satisfactorios para el objetivo que persiguen. Por otro lado, está el hecho de la imprescindible búsqueda de un capital inversor exterior que vea en Extremadura una tierra de oportunidades, y nuevamente ahí la Administración debe asumir un papel estelar al actuar como comercial de su tierra y de sus gentes.

Tal y como podemos apreciar, el cambio de mentalidad en el ente público se antoja también clave en todo este camino hacia el emprendimiento: de hecho, uno de los problemas endémicos que acucian nuestra región desde siempre, es precisamente éste, el ineficaz servicio que la enorme administración regional tiene para con sus ciudadanos, actuando muchas veces por motivos burocráticos, otros por la consecuencia del libre albedrío que el propio funcionario público siente en sus adentros, al tener un autoconcepto de servicio a la sociedad digamos que desvirtuado. En cualquier caso, el resultado siempre es el mismo: el estrangulamiento del propio emprendimiento. En esta batalla está claro que hay que refundir los roles administrativos de forma urgente. Muchas de nuestras oportunidades se van por la inoperancia administrativa.

¿Y qué decir de la educación? Educar en Emprendimiento es una necesidad de base que debe de impregnar todos los estratos sociales desde los más jóvenes hasta los más experimentados, y en cuya gestión, deben de participar diferentes protagonistas, como son las cámaras de comercio y otras organizaciones empresariales, centros educativos, centros de administración local y autonómico, y resto de partes interesadas. En ese sentido, la creación de una red “células de emprendimiento”, es decir, tanques de ideas  partiendo de un contexto local de trabajo y extiendiéndose al marco autonómico, puede ser de gran ayuda. 

En resumidas cuentas: Extremadura necesita un giro radical en su modelo de autonomía que pase por Emprendimiento. La Economía rural del siglo XXI solamente podrá subsistir si se reinventa en estos términos, y nuestra región es, sobre todo, un territorio repleto de pueblos y de gentes que merecen un porvenir acorde con la riqueza de su cultura.          



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