Nunca lo vi en los titulares de la prensa regional, pero sí escuché, en el Parlamento extremeño, a una diputada del grupo socialista felicitar desde la tribuna de oradores a la consejera de Educación y Cultura por lo bien que funciona el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida.
Apenas si fue una frase, pero, oiga, el valor del elogio no está en lo que te dicen, sino en quién te lo dice. Y el grupo parlamentario socialista no se está caracterizando en lo que va de legislatura por elogiar la labor que desarrolla la Consejería de Educación y Cultura. Todo lo contrario. Un día sí y al siguiente también carga las tintas contra Educación y dispara fuego graneado contra Cultura, concretamente en el apartado de los Premios Ceres.
Unos premios que ya forman parte, aunque sea aneja, del Festival de Teatro y que se entregan en una gala que ha roto moldes en Extremadura, por su brillantez, y ha traspasado los límites de la región.
Jesús Cimarro, que se hizo cargo de la dirección del Festival al inicio de la legislatura, afirma que la gala de los Premios Ceres proyecta la imagen del Teatro Romano, de Mérida y de Extremadura y le aporta espectadores al Festival, pues incita a conocerlo.
Pero para la oposición, los Premios Ceres son la bicha. Si los socialistas vuelven a gobernar Extremadura, lo primero que harán será suprimirlos y, seguramente, apartar a Cimarro de la dirección del Festival.
Y lo peor no sería eso, lo peor sería volver a las andadas, a un Festival con una gerencia tan nefasta que su gestión está pendiente de que los tribunales de justicia resuelvan, pues al parecer no hubo errores, hubo delitos castigados en el Código Penal.
Cimarro le ha dado la vuelta al Festival. Y lo ha hecho en una etapa de crisis económica especialmente difícil para el teatro, con la subida del IVA al 21%, para el negocio cultural, en general, y para la ciudadanía, lo que añade valor a su mérito. Ahora, el certamen tiene más proyección cultural, atrae a más público –más de 123.000 personas han pasado por los distintos espectáculos y actividades en la pasada edición- y, encima le aporta beneficios a su Patronato: casi 450.000 euros de superávit en taquilla hubo este año y más de un millón cien mil en el conjunto de las tres últimas ediciones.
¿Se puede hacer mejor? Claro que sí, pero comparado con lo que se hacía en la anterior legislatura, el Festival marcha como un reloj de precisión.
Al inicio de la legislatura, el Festival de Mérida, tenía una deuda de 4,5 millones de euros. Estaba prácticamente en bancarrota. La excelente actriz Blanca Portillo, la última persona a la que se le encargó la dirección durante el final de etapa del gobierno socialista, abandonó el cargo apesadumbrada por los problemas que tenía el certamen emeritense. Las compañías extremeñas llevaban años clamando para que el Festival les diese trabajo y la pésima gestión económica terminó en los tribunales, donde todavía sigue.
No es que haya cambiado todo, es que los festivales de la anterior legislatura y los de la actual no tienen punto de comparación. El deterioro fue tan grave que aún se está pagando.
El Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida es el certamen cultural más importante que organiza Extremadura cada año. Es un maravilloso escaparate de la región, de su patrimonio, de su cultura, de sus compañías, de sus habitantes. Además, es un atractivo turístico de primer orden y forma parte de la historia de esta tierra. Merece la pena cuidarlo.
Cimarro lo está haciendo bien. Con criterios profesionales. Piensa en el público. Busca el éxito y lo consigue. Tiene todas las papeletas para seguir dirigiendo el Festival el próximo año, aunque haya elecciones autonómicas. Su renovación no es un premio al trabajo bien hecho, es el reconocimiento de que Extremadura y los extremeños necesitamos que el Festival de Mérida brille como lo que es, una joya de la cultura, y por ahora Cimarro lo está logrando.