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Opinión-Editorial

Extremadura desde dentro

17 de Febrero | 18:30
Durante décadas, especialmente en el tardofranquismo y los primeros años de la democracia, Extremadura suspiró por una gran industria. Por un gran proyecto industrial que sacara a la región del subdesarrollo y redimiese a los extremeños situándolos al nivel de los españoles que vivían en otras regiones.

Dolía ver que, durante el franquismo, tanto la industria ‘nacional’ (Altos Hornos) como la amparada por el régimen (SEAT), se instalaban en el Norte de España, en Cataluña y en otras áreas costeras, y a Extremadura, a pesar de ser la región española con más kilómetros de costa, gracias a sus muchos embalses, no le llegaba nada.

Una Extremadura que no sólo se quedaba sin esas industrias, sino a la que el desarrollo que esos mismos proyectos generaban le robaba centenares de miles de habitantes a través de la sangría de la emigración.

Se construyó, desde luego, el Plan Badajoz, cuyos primeros balbuceos se remontan a la dictadura de Primo de Rivera, con los proyectos de construcción de presas; un plan que recibió otro impulso en la República, con Rafael Gasset, ‘el ministro hidráulico’ al frente de la cartera de Fomento, y con el socialista Indalencio Prieto, como titular de Obras Públicas; un plan que alcanzó su masa crítica con el general Franco. Fueron las Cortes franquistas las que aprobaron, en abril de 1952, el ‘Plan Badajoz’, que inicialmente iba a ser mucho más de lo que hoy conocemos, pues además de poblados, de presas, de canales y de regadíos se proyectaba la construcción de fábricas para transformar la producción agraria.

Pero las fábricas nunca llegaron o lo hicieron mucho más tarde y con cuentagotas, por lo que Extremadura siguió centrando su esperanza en el Gobierno de Madrid.

Y así seguía la región en la década de los años 80 del siglo XX, ya con la autonomía en marcha, con Juan Carlos Rodríguez Ibarra en el poder y con Alfonso Guerra como todopoderoso vicepresidente del Gobierno de España. Ibarra, guerrista convencido, declaró públicamente su esperanza de que el vicepresidente derivase hacia Extremadura algún gran proyecto industrial que pudiera llegar a España. Alguno llegó, pero ninguno aterrizó en tierras extremeñas. Y otros de menor fuste que se intentaron desde aquí, como la escuela europea de pilotos que, según se dijo, se instalaría en la base aérea de Talavera la Real, nunca tomaron cuerpo, o se quedaron en una cosa ridícula, experimental, como la muy renombrada Planta de Pellets de Fregenal de la Sierra, con la que Felipe González se condecoró la pechera camino de La Moncloa, en 1982.

Tampoco ha salido adelante la refinería del Grupo Gallardo y Extremadura sigue sin tener una gran industria que, además de generar empleo, le marque el camino a otros proyectos industriales.

Pero a pesar de los desengaños, la comunidad autónoma extremeña ni se resigna ni deja de soñar, aunque, eso sí, es cada día más realista. Se ha dado cuenta, por fin, de que el futuro, su futuro, difícilmente vendrá de fuera. Es mucho más seguro empezar a construirlo desde dentro. Y si no puede ser con grandes proyectos, pues nunca hubo en esta tierra una burguesía extremeñista con acendrada vocación industrial y comercial, habrá que aprovechar las pequeñas iniciativas, la imaginación y el esfuerzo de pequeños y medianos empresarios y empresarias que arriesgan su dinero y su ilusión para alcanzar un sueño. Personas capaces de producir calidad y de buscar mercados tanto dentro como fuera de Extremadura para vender sus productos y sus servicios.

En este estrato, a veces casi subterráneo, se está centrando buena parte apoyo institucional del Gobierno que preside José Antonio Monago. Y con medidas de todo tipo: desde el tutelaje hasta la ayuda financiera, pasando por los incentivos.

Lo último es una línea de microcréditos para mujeres emprendedoras. Un millón de euros se destina a préstamos que van desde los 5.000 a los 25.000 euros. Con esas cantidades de dinero no se puede hacer una gran inversión, pero si cada microcrédito, cada pequeña inversión, generase al menos un empleo, sería mucho más de los que generaron tantas grandes inversiones que iban a venir a Extremadura y nunca llegaron. Y si se consigue que cada día haya en Extremadura más mujeres empresarias, se caminará con paso firme hacia el final definitivo de la crisis.

Lo que los habitantes de esta tierra no hagan por su futuro y por el de Extremadura va a ser muy difícil, por no decir imposible, que se lo regalen personas residentes en otras regiones.
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