Albert Rivera ha presentado un plan de desarrollo económico para España que le tiende la mano a los autónomos y a los emprendedores, a la vez que frena en seco la construcción del AVE, del ferrocarril de alta velocidad. Según explica el político catalán, con lo que se gasta en 70 kilómetros de AVE puede crearse una red de institutos tecnológicos que dispararían los avances en las empresas españolas.
Los trabajadores autónomos, que son empresarios con callos en las manos, y los emprendedores, que son trabajadores con iniciativas inversoras y vocación de gestores, no sólo necesitan el apoyo de los partidos políticos y de las administraciones públicas, sino que, además, se lo merecen, pues con su esfuerzo y dedicación se lo ganan a pulso cada día.
Así que, en este aspecto, el líder de Ciudadanos no se equivoca. Pero tampoco es original. En vez de proponerlo, eso mismo es lo que viene haciendo José Antonio Monago desde que es presidente del Gobierno de Extremadura. Y no con un apoyo de palabra, sino de forma concreta y contundente. Y tampoco con una medida, sino con muchas. Con tantas que sólo enumerarlas alargaría considerablemente este editorial.
El intento de frenar la construcción del AVE tampoco es nuevo. Inciden en ello algunos economistas y, particularmente, lo ha utilizado como arma política arrojadiza el Gobierno catalán de Artur Mas que, en más de una ocasión, ha propuesto destinar a inversiones en Cataluña el dinero que se tendría que utilizar en la construcción del AVE en Extremadura.
Albert Rivera es un político catalán, nacido en Barcelona, Ciudadanos es un partido que nació en Cataluña, con el nombre de Ciutadans, y da la impresión de que frenar la construcción del AVE, ahora que Cataluña ya lo tiene, es algo tan catalán como la barretina, ese gorro de lana típico de Cataluña.
Es lógico que las pretensiones de Ciutadans /Ciudadanos y de su líder Albert Rivera respecto a frenar el AVE causen recelo en aquellas comunidades autónomas a las que no ha llegado la alta velocidad y, sin embargo, tienen tanta legitimidad como Andalucía, Castilla - La Mancha, Madrid, Aragón y Cataluña para tenerla.
Las infraestructuras de comunicación son como la renta. Si no se distribuyen entre todos, ahondan las injusticias, porque enriquecen a quienes les llegan y hacen doblemente pobres a quienes se quedan sin ellas y, encima, un poco más lejos, en desarrollo, riqueza y distancia, de quienes las disfrutan.
Lo más preocupante de lo que plantea Albert Rivera no es que pretenda frenar la construcción de un AVE al que Extremadura tiene tanto derecho como Cataluña, porque se construiría con el dinero de todos, lo más preocupante es que ni siquiera menciona una alternativa compensatoria para mejorar las comunicaciones de regiones como Extremadura, a la que, con la propuesta de Ciutadans, no sólo se le niega el AVE, sino que se la condena a ser un museo de ferrocarril al aire libre, con traviesas, raíles, balastro, locomotoras y vagones que son verdaderos tesoros, auténticas piezas de coleccionista, por su mucha antigüedad. Tanta que en otras regiones ya están en desuso.
Gracias a la insistencia del Gobierno de Monago en Extremadura se está construyendo una plataforma ferroviaria que, si se electrifica, permitirá el paso del AVE y, si no se electrifica, posibilitará, al menos, que circulen por ella trenes rápidos, arrastrados por locomotoras de gasóleo. Esos trenes ‘de altas prestaciones’ serán piezas disonantes entre las ‘joyas’ del ‘museo del ferrocarril’, pero mejorarán las comunicaciones de Extremadura con la parte del mundo por la que circulan ‘trenes normales’.
Se argumenta a veces que en Extremadura no hay un buen ferrocarril porque no hay viajeros, como si se pudiese viajar en tren sin que el tren funcione. Cuando se pretende captar clientes, lo primero que se debe hacer es poner en marcha el negocio y realizar una oferta atractiva.
Además, las inversiones estatales en infraestructuras no deben medirse simplemente con la vara de la rentabilidad, como hace Albert Rivera. Hay muchas cosas en cualquier estado que no son rentables, pero resultan imprescindibles. Para garantizar la existencia de ese estado, para vertebrar sus territorios, para proteger a sus ciudadanos y con otras finalidades no menos perentorias. Albert Rivera lo sabe, o al menos lo sabía hace dos años, lo que parece ignorar es que la economía del Estado es algo demasiado serio para dejarla exclusivamente en manos de los economistas.
Se sabe lo que supondría la mejora de ferrocarril y los territorios que comunicaría. No está tan claro lo que supondría la red de institutos tecnológicos que plantea crear Ciudadanos, ni dónde estarían, ni si beneficiarían por igual a las regiones muy industrializadas y a aquellas otras con escasa producción industrial, como Extremadura, pero no se necesita ser muy perspicaz para imaginárselo.