La Noche de los Investigadores es un programa organizado por la Universidad de Extremadura, con el objeto de mostrar la ciencia a los niños y acostumbrarlos a ella. La ciencia está por todas partes en este mundo nuestro tan tecnologizado y resultaría anacrónico seguir enseñando algunas de sus disciplinas de una manera solamente teórica en las aulas de los centros.
He participado este año en dicho programa, organizando con mis compañeros un pequeño taller de matemáticas. Llegan los padres con los niños y niñas y éstos, despiertos como pocos, se acercan a las mesas, revisan los materiales y organizan su tarea.
A mí siempre me sorprenden. Llevo ya muchos años en la enseñanza y he visto a diversas generaciones desarrollarse delante de mi. Es una de las ventajas del oficio, ese mirar que si se cuida, te enseña y enriquece. Para mí, que tuve una enseñanza muy estereotipada resulta fantástico el dinamismo de nuestros pequeños, la seguridad con la que eligen y utilizan los instrumentos, ya sea una tijera o un microscopio.
Sin duda tiene todo que ver con los tiempos en los que vivimos, época participativa como pocas, donde el orden exacto ha cedido el paso a la estimación y por tanto a las aproximaciones. En la escuela se han olvidado algunas de las reglas que la hicieron famosa en el siglo pasado, con niños silenciosos escuchando al maestro, casi protagonista absoluto del proceso.
La Noche de los Investigadores es un hermoso programa, con infinidad de posibilidades, que habrían de explorarse al unísono con los centros no universitarios de donde provienen los escolares usuarios del mismo. En una palabra, con una preparación de aquellos conocimientos previos a lo que van a ver y con una cierta preparación básica intelectual de lo qué van a realizar en las prácticas de los talleres.
Todos cuantos nos dedicamos al noble ejercicio de la enseñanza, sabemos que el conocimiento es uno, aunque se le subdivida en diferentes materias para aprehenderlo mejor, como si fuera píldora medicinal y amarga. También que resulta acumulativo pues cada concepto se apoya en alguno anterior. De ahí que resultaría muy productiva la relación entre las distintas etapas educativas y no, como ahora, en la que los colegas de los diferentes niveles ni nos conocemos y mucho menos trabajamos juntos.
Claro está que harían falta profesores que coordinaran, relacionaran, organizarán jornadas, cursos de formación conjunta. Y otras muchas tareas. Serían, además, nuevos puestos de trabajo para un "banquillo" de graduados, suficientemente repleto en el que elegir. Con criterios de universalidad, claro.
Piénsese. Se desbrozarían caminos intrincados en la construcción intelectual de nuestros estudiantes, aparecerían vocaciones reales hacia las disciplinas, fueran de ciencias o de letras, haríamos realidad la vieja esperanza de un cuerpo único de profesionales y no de meros burócratas. El currículo ganaría con la experiencia y los tramos educativos irían engarzados en una correa de formación lógica y equilibrada.