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Opinión-Editorial

'Tú'

13 de Octubre | 12:56
'Tú'
, que se dé por aludido quien lo lea, pronombre que no suelo utilizar al dirigirme a esa persona, pero tratándose de un anonimato pretendido, ha de colarse. Tú, que marchas y vuelves, que te fuiste tranquilo pero regresas en cada llamada. Postrado entre blancas sábanas y pijamas verdeazulados, en esa hora marcada en nuestros relojes que jamás se borrará de la memoria, y si alguno no lo tuviera en su muñeca y alguno no estuviera presente, un periódico lo anunciaría en su obituario semanal. Al compás de estertores se despedía, con la ayuda de un nublado otoñal provocador de ráfagas de viento que se lo llevaron acompañado de las hojas de los abetos y de los cipreses que, al día siguiente, contemplábamos imperantes, con una sombra alargada y eterna, para recordar, cómo no, el inicio de nuestro maestro en la descripción y narración, Miguel Delibes.

Tú, que con el último canto del gorrión hambriento que se posaba junto a tu silla mientras tomabas descafeinado, esos gorgoritos que se reproducían como una música de ambiente en la película de tu vida, en esos instantes de contemplación sorbito a sorbito; te fuiste con una premonición escalofriante, un trémulo canto, el del cuervo cobarde urajeando que te acosaba por las espaldas. En ese preciso instante que nítidamente observamos en la memoria, que se halla en su superficie, que se propaga por nuestras retinas tras esa mirada hacia el interior, que es la mirada hacia el pasado, te fuiste con el viento, soplaste para decir adiós, y para siempre quedaste en el recuerdo. Los gorriones de ese café al que ibas, los jubilados transeúntes que te saludaban con cariño, y las boinas ahora sin dueño, siguen preguntándose por qué caminos te mueves ahora que ya no apareces por allí.

Tú, que te marchaste sin decir nada, con un dulce portugués tomado en una merienda justo el día anterior, y te dormiste por una repentina somnolencia… ¿Qué sueños te acecharon en esos instantes para no querer despertar? ¿Desde cuándo el ser humano no sale de esa pesadilla o sueño que le mantienen inquieto? O quizá estuviéramos confundidos, quizá, y solo quizá, en ese minuto comenzases a vivir, justo cuando te dormiste por completo… Ese despertar que te mantuvo en vilo escuchando el aleteo incesante de ese cuervo negro, camuflado en la noche, a la espera de objetos refulgentes, de elementos del pasado dorados, plateados, nacarados, iridiscentes, todo para constituir un santuario, el “Santuario del Cuervo”… Un sacro locus de conmemoración del pasado. Que no se nos olvide que los grajos son los animales más tristes de todos por ser materialistas: se hallan al acecho, con ese miserere tenebroso con el que nos imaginamos bosques de ciénagas, de árboles moribundos con ramas engarfiadas… Con ese fúnebre canto nos avisa de su objetivo: la avidez del hurto, quedarse con lo ajeno, con todo aquello que brilla.

Sí, tú, que te fuiste aun a sabiendas de la existencia de este pajarraco, y que preferiste ignorarlo mientras te deleitabas con la presencia de ese gorrioncillo de las matutinas horas de tranquilidad callejera… Pero cuando tú te fuiste, cuando decidiste cambiar de rumbo, el cuervo, el del santuario herméticamente cerrado donde no caben execraciones de aves profanas, golpeó tu lápida con su ala lóbrega, se inclinó y pareció decir: “Te quiero”, o algo parecido, quién sabe lo que en realidad formuló. La efemérides del cinismo más peligroso, de la falsedad más traicionera, de un pecado mayor que el de Iscariote… Los cuervos buscan elementos del pasado porque carecen de memoria, la borran fácilmente y han de construirla a cada minuto que transcurre…

Tú, que ya por fin vives, que has soñado por una vez, sabes quiénes te estamos agradecidos, incluido el Club Deportivo de Badajoz y todos aquellos que vieron tus arrugas nacer y tu sonrisilla cómplice, tus caricias de hombre longevo, y las boinas, y las charlas con jubilados y la placentera mirada con el gorrión a tu lado… Quienes no sepan aún quién eres tú, es que no forman parte de la Historia de Badajoz…


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