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Opinión-Editorial

Las cenizas

2 de Noviembre | 14:14
Las cenizas
Soy creyente y miembro de la Iglesia católica desde que me bautizaron, pero he de reconocer que siempre me he sentido más cristiano que católico, vamos que soy más del Evangelio que de dogmas, encíclicas y demás reglas y normativas, especialmente las que provienen de la Congregación para la Doctrina de la Fe, organismo metomentodo casi siempre dirigido por el más fundamentalista del Colegio Cardenalicio. Hecha esta precisión, y dado el revuelo que ha ocasionado, me gustaría referirme a la regulación que sobre la conservación de las cenizas de los difuntos ha redactado la susodicha Congregación.

Para los creyentes, en el momento de la muerte el alma abandona el cuerpo y por lo tanto lo que queda es un montón de materia orgánica que de una forma u otra acabará convirtiéndose en polvo (“memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris"). Principalmente razones económicas y de espacio físico ha hecho que muchas personas en estos últimos años hayan optado por la incineración en lugar de por el enterramiento. Esta novedad ya no fue vista con muy buenos ojos por la Curia Vaticana que lo consideraron siempre un rito pagano, pero no les quedó más remedio con el tiempo que “dar su brazo a torcer”.

La normativa en cuestión, obliga a los familiares del finado a depositar sus cenizas en columbarios, bien en cementerios o en iglesias, vamos, como en los cementerios de la antigua Roma. La razón esgrimida de respeto al recuerdo del finado lleva aparejada, me temo, una razón crematística y muy pronto veremos cientos de templos con sus columbarios correspondientes a distintos precios según su ubicación e importancia. Esta regulación no tiene en cuenta, por supuesto, la voluntad del difunto, y ya se acabó eso de decir uno dónde quiere que acaben sus “residuos”. Ni el mar, ni la montaña, ni el estadio de futbol de sus amores, y mucho menos encima de una chimenea, alacena o cualquier otro mueble del hogar familiar son lugares permitidos. Vamos, que ya uno no es dueño ni de sus cenizas.

Toda esta parrafada escrita sobre tema tan principal no debe preocupar a los que no se consideran creyentes o a creyentes de otras religiones. Hay una cierta empatía entre muchos aguerridos laicistas y la Curia Vaticana, y cada vez que esta se manifiesta sobre algún tema de cierto recorrido periodístico sacan toda su artillería para poner a parir algo que a ellos no les afecta, a mí me preocuparía muy poco si la curia de Podemos regulara que sus militantes y simpatizantes tuvieran que tirar las cenizas de sus difuntos en la puerta de las embajadas, o consulados en su defecto, de Venezuela o de Irán, ¡allá ellos!

Lo dicho, esto de morirse además de desagradable se está convirtiendo en un “sin vivir”.


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