Hacía demasiado calor en la habitación, demasiado calor en su cuerpo.
El viejo ventilador este año había decidido tomarse unas vacaciones. Cuarenta grados de noche y ni una miserable brisa eléctrica, que echarse a la sudorosa cara.
Muerta de sueño cogió el enorme cojín que le hacía las veces de cómoda almohada, subió al tejado a contemplar las estrellas. La Osa Mayor y la Menor estaban espléndidas, al igual que Casiopea, con su forma de M o W. M o W…, la imagen acudió de inmediato a su mente, sin ni siquiera ella proponérselo:
− Cariño claramente es una M – le decía medio en broma, medio en serio.
− Pues para mí es una W – contestaba ella, casi risueña, casi enfadada.
Siempre había tenido esa discusión con él.
Aún no se atrevía a pronunciar su nombre, porque él le dolía en el pecho, en la sangre, en los huesos que contenían su cuerpo. Le sabía amarga la melancolía, que llenaba su corazón por entero.
Quizás la verdadera razón de que estuviera en el tejado fuera él, para buscarlo entre las estrellas. Componer con ellas el puzle de sus recuerdos.
Abrazó más fuerte que nunca el cojín invocando al sueño, éste, acudió primoroso a acunarla para que descansara de su tristeza. Despertó con un deje dulce. Ya no tenía calor, ni le dolía el alma. Sentía su figura brillante y ligera. Contempló su cuerpo inerte, cubierto de rojo sangre en el suelo, entonces se dio cuenta de todo…
En su sueño aparecía él, llamándola entre susurros confundidos con el viento.
− Siento haberte traído de esta manera, mi amor, pero rompí el ventilador para que subieras al tejado, te precipitaras por él y fueras mi eterna estrella.
FIN