El hombre está viendo pasar la procesión cuando su mirada se fija en varias de las componentes de uno de los grupos municipales de la ciudad.
-"¡Que guapas son -piensa en alto- altas y jóvenes, bien hechas, como a mí me gustan".
El hombre ha discutido mucho conmigo de política, nunca me ha dado la razón (ni yo a él), siempre ha encontrado algún motivo de desacuerdo con propuestas o decisiones tomadas, pero ahora hay algo que le hace fijarse en un partido político: la belleza de dos mujeres. Y prefiere no hablar de otras cosas, las disculpa. Es la transubstanciación de la idea, amigos, la máxima inteligencia.
A ver, jaja, cómo lo digo para no ser tachada de bruja o arpía. Ni de vieja, resentida o resabiada. A esto hemos llegado. En estos momentos, aquí y ahora, en algunos asuntos seguimos estando donde estuvimos. Para un género, la capacidad; para el otro, la belleza. Y todo gira como debe hacerlo. Y el mundo tiene sentido, amigos. Y a votar.
La era de la imagen funciona así. Las palabras se quedan retrasadas, tienen menos importancia frente a un estímulo visual potente que no precise demasiado intelecto para ser comprendido. Lo de ser feliz a toda costa, llevado al mundo diario y en las cuestiones más livianas. Reduccionismo en estado puro.
Muchas veces, cuando voy y vengo en autobús, escucho a los estudiantes universitarios hablar con sus madres sobre lo que han comido (o no) de las raciones, amorosamente cocinadas por ellas, y trasladadas en táper (de tupperware) a los pisos que comparten en esta ciudad en la que estudian. En este lugar de paso, para la mayoría de ellos, pues aún estando en la Universidad siguen considerando su verdadero sitio aquel del que proceden y al que ansían volver todos los fines de semana, a una casa familiar en la que se sienten protegidos. Y felices. El reduccionismo, otra vez.
Tan distinta la situación a la de otros tiempos, donde los hijos buscábamos pronto la independencia, y sacábamos el máximo partido a las posibilidades que ofrecía el tener la suerte de estudiar una carrera universitaria y de paso aprehender tantas cosas (modos, maneras, cultura, política, amigos...) que la rodeaban. En Extremadura, para una gran mayoría, eso ni se menciona.
De tan imprevisible que se ha vuelto todo, todo es perfectamente previsible. Parece como si el mundo girase en círculos concéntricos, cada vez más alejados unos de otros. En cada círculo, como en el Infierno de Dante, cada quien con sus desvelos o desmanes. Pero sin una verdadera interconectividad entre unas secciones y otras, el espíritu transformador perdido, ese espíritu que muchas veces procede del acercamiento a otros que no son de tu grupo, de tu pueblo, de tu forma entera de pensar, de tu mismo origen.
Estamos desandando muchos caminos, sin darnos cuenta, sin apreciarlo. Embebidos en el quehacer cotidiano, damos pasos hacia atrás que nos devuelven a la cueva de criterios antiguos que creíamos superados. Aunque muchos se engañen con las imágenes, cada día se vuelve un pasito hacia el orden establecido, a lo de "siempre ha sido así". La complementación de los sexos para mantener la especie, la ley de supervivencia. Y que el mundo gire. En el espacio infinito. Lo manda la canción.
Carmen Heras
