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Opinión-Editorial

Paseadores de perros

10 de Mayo | 23:27
Paseadores de perros
La actividad física que más realizan en la actualidad los españoles es, sin lugar a dudas, la de pasear perros. Las modas anglosajonas son casi siempre recibidas en nuestro país con gran entusiasmo y, además, aumentamos ante límites insospechados esos usos y costumbres. Es cierto que en España siempre hemos tenido perros, pero no es menos cierto que, en la mayoría de los casos, la tenencia de estos animalitos estaba justificada por su rentabilidad y así, se utilizaban para el pastoreo, la caza, la vigilancia, en la policía y los servicios de emergencia etc., los menos, tenían perros en su casa con la única finalidad de tenerlos y pasearlos. Pero como les decía, la moda de las mascotas también ha llegado aquí y de qué manera. Millones de españolitos de toda suerte y condición han adquirido, de una forma u otra, un perro, perrito o perrazo. Tener perro es casi una obligación, algunos sin chucho están tan indefensos como sin teléfono móvil. Uno, al salir de casa comprueba que lleva las llaves, la cartera, el móvil y el perro, y no por ese orden necesariamente. Naturalmente nuestros pueblos y ciudades se han llenado de personas con el perro incorporado, el animalito va de compras, de cañas, al médico, a la farmacia, a la peluquería, a misa, a echar la primitiva o lo que se tercie, es decir, las mismas actividades cotidianas que sus dueños. Este comportamiento tan generalizado tiene algunos inconvenientes, pero “como sarna con gusto no pica” la mayoría da por bueno los sinsabores que le puede producir el animal. Otra cosa, es la repercusión que puede tener para el resto de ciudadanos que aún carecen de canes, que cada vez son menos y son vistos como tíos raros o poco amantes de los animales.

Uno de los sacrificios que debe hacer el amo del animalito es el de sacarle a pasear todos los días y, a ser posible, más de una vez por dos razones principales: primero porque el pobrecito animal tiene que hacer ejercicio y en segundo lugar, y no menos importante, porque tiene que liberar su vejiga y sus intestinos y, aunque yo no me lo explico, tiene que ser en la vía pública, vamos que, un perro no puede mear y cagar en casa de su dueño, lo tiene que hacer en la calle –misterios de la naturaleza-. Un tanto por ciento de los paseadores suele recoger las caquitas siempre que el perro en cuestión no ande con el vientre suelto, otros, pasan del tema y se hacen los locos, y luego están los que por problemas físicos no pueden agacharse a recoger las deposiciones. El resultado es que aceras, parques (donde juegan los niños) y plazas se encuentren salpicadas de mierda de perro que los ciudadanos nos las llevamos a casa, en muchas ocasiones, en la suela de los zapatos.

Lo de la orina es harina de otro costal. La composición química del pis del perro y el del ser humano es muy similar, litros y litros de meadas perrunas se vierten diariamente en farolas, esquinas, fachadas, estatuas, arboles etc., y naturalmente, como la humana huele bastante mal, pero, así como a un ciudadano que orina en la calle se le multa por guarro, a los cánidos se les consiente que levanten la patita si es macho o simplemente haga una genuflexión si es hembra y echen el chorrito donde les plazca. Claro que algunos dirán que no queda otro remedio, que no le vamos a poner un dodotis al animal, pues qué quieren que les diga, con la proliferación perruna existente a lo mejor hay que pensarlo.

El llevar atado o suelto al animalito también es motivo de controversia y, aunque sólo se puede soltar en algunos lugares y/o a horas convenidas, el personal hace de su capa un sayo y suelta el cuadrúpedo donde le parece y si molesta o da un susto a un pobre viandante pues que se fastidie y que no ose protestar por si las moscas. El llevarlo atado tampoco es una garantía, con esas correas extensibles tan de moda el perro en cuestión puede ir a tres o cuatro metro de su dueño y, cuando éste haya querido reaccionar, el chucho ya le ha lamido, olisqueado o, lo que es peor, mordido el calcañar al transeúnte. Y, además, si se cruza con un paseador con su animalito en ristre por un acerado o paso estrecho, quien deberá exponerse a ser atropellado será usted, pues el susodicho paseador ni retirará el perro, ni se bajará de la acera ¡faltaría más!

También es interesante hablar de los aparcamientos caninos que los paseadores han improvisado a la puerta de comercios u otras dependencias donde, de momento, no dejan entrar a animales. Los perros sueltos o atados esperan a los dueños en los aledaños impidiendo el paso y obligando a dar un rodeo al viandante, y no les digo ya si el bicho es grande, con pinta agresiva y con un ladrido de barítono de ópera de Wagner, entonces la desbandada está garantizada.  Los conciertos de ladridos también están muy cotizados y así, cuando se cruzan dos o más de estas simbiosis y, mientras los humanos comentan lo bien que les comen, estos interpretan toda una sinfonía, en distintos tonos según el tamaño o raza del animal, que deleita a los transeúntes y vecinos del lugar.

Por supuesto las razas perrunas han proliferados y hoy los hay de todos los tamaños, colores y pelambreras. Los futuros paseadores pueden elegir desde minúsculos animalitos hasta auténticos mastodontes, pasando por más peludos, más cabezones, con más mala leche o con cara de no haber roto nunca un plato. La ingeniería genética, a costa de destrozar la salud de los animales, han diseñado nuevas razas que presentan graves anomalías fisiológicas (miocardiopatías, malformaciones en las articulaciones, sordera, ceguera, etc.) y psicológicas (de esto no protestan los animalistas). La última moda es crear perros pasivos sin temperamento ni impulsividad.

Así pues, la tendencia es a considerar a los perros como parte de la familia e incluso, en algunas parejas, a sustituir a los hijos. Ya hay ciudades donde su número es superior al de los niños de menos de seis años. Ello nos puede llevar a pensar que, si esto sigue así, o cotizan y pagan IRPF o, de lo contrario, cobrar pensión con el descenso de natalidad humana y el aumento de la natalidad perruna va a ser una quimera.

No puedo terminar esta parrafada sin comentar una conversación que escuche en un restaurante de la Plaza de Santa Eulalia de Salamanca hace unos meses. Una señora de mediana edad le decía al resto de comensales: “mucho quiero a mi hijo, pero si me tocan a mi perro de aguas, soy capaz de hacer lo que no haría por mi hijo”. Sin comentarios…       

DB



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