He pasado el fin de semana en la ciudad portuguesa de Sesimbra y he podido ver cómo la gente celebraba en sus calles la fiesta de San Juan, engalanándolas con faroles y guirnaldas, haciendo guisos, comidas y dulces en común. Tras las cenas colectivas en sus calles embellecidas terminaban con verbenas y bailes tradicionales y modernos (siempre con el fado al fondo) mostrando a los visitantes un espectáculo lleno de colorido que invitaba a la participación. Era una alegría que contagiaban a todos los que por allí pasábamos y que montaban sin otros medios que la participación de todos los vecinos, como se hacían las cosas antiguamente y afortunadamente se siguen haciendo en muchos pueblos y ciudades.
Las artes y tradiciones populares están llenas de manifestaciones materiales, artísticas, espirituales, etc., creadas por el pueblo que van desde la música, los juegos y los bailes, hasta la cocina típica y la gastronomía más variada. También estos hábitos comprenden la colaboración en todo tipo de tareas para la realización de los trabajos, cosa que viene haciéndose en muchas de las profesiones antiguas y hasta en las manifestaciones artísticas más variadas.
Personalmente me entusiasma ver como el hábito del trueque, intercambiando productos y alimentos de lo más variado sigue siendo practicado por muchas gentes, sobre todo en el medio rural, lo que permite que las delicias que se encuentran en cada pueblo, comarca o región, puedan ser disfrutadas por muchas personas o familias que de no ser por este hábito se perderían muchos manjares, ya que algunos de ellos son escasos o de temporada. Llevo un tiempo practicando esta vieja costumbre del trueque con bastantes amigos o personas que he conocido en las Redes Sociales, y esta actividad nos ha colmado de satisfacciones a muchos de nosotros, encontrando a través de ellas productos insólitos, algunos de los cuales ya casi teníamos olvidados. Desde las criadillas de tierra, algunas variedades de setas, espárragos, cardillos, chacinas, quesos, cecina; o los productos de la caza silvestre, hasta las verduras, hortalizas, frutas, las conservas más diversas y los mejores vinos, aceites y licores, hay todo un catálogo de lo más extenso y variado. Para acceder a él nada mejor que intercambiar con los amigos algunos de estos productos, sea individualmente o en grupo, restableciendo esa vieja costumbre de ofrecer cada uno lo que tiene, recibiendo la enorme recompensa de probar lo que los demás también tienen o adquieren de sus familiares. Se realiza así una larga cadena de intercambios que nos deparan las sorpresas más inesperadas. Y lo que es más importante, a través del trueque se establecen unos lazos y unas historias de afecto y amistad que a veces llegan más lejos de lo que esperábamos e incluso pueden permitirnos relatos literarios llenos de belleza y emoción.
Las verbenas y las cenas de ésta “Sesimbra sanjuanera” me han hecho revivir estampas gratas de nuestros pueblos y me impulsan a recordarles a todos ustedes que antes de que inventaran las grandes superficies comerciales aquello de “practique la elegancia social del regalo”, las viejas tradiciones populares ponían en práctica este otro refrán más bello:
“Comparte con tu vecino o amigo lo mejor que tienes y haz del trueque un encuentro placentero.”
Ahí tienen a la señora Juana que me trae una bandeja de brevas de La Coronada a cambio de unos pepinos y unos tomates de Magacela. Es un trueque pequeño, pero hoy nos va a procurar mucha felicidad.