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El peligro vive arriba

11 de Octubre | 12:12
El peligro vive arriba
Basándome en la película de parecido título (“La tentación vive arriba”), quiero hacer muestra de las asechanzas de las alturas en los caminos de las calles, en las seguridades y confianzas depositadas en ellas, en la maestría y holganza en el torcer la esquina y pasear bajo balcones, sentarse en bordillos, dar paseos tranquilos y apaciguados… De arriba viene el peligro, una llovizna ácida que va degradándolo todo, lo mata todo, a cualquier cosa la reduce a nada: a un vagabundo, en un montón de ropa vieja abandonada, una montañita de trapujos coronados en la cima con un corrito de moscas inmisericordes; a un señor o señora decentes en unas guifas desechables (siendo claros) o bien en un dignísimo cuerpo para ser encerrado por los siglos en un ataúd… Todo viene de arriba. 

El peligro, para el grupito que se las da de precavidos, no está simplemente metiéndose en la barriada de turno, en la parte pútrida de las urbes, que lo mismo te puede salir uno a punta de pistola, escupiéndote cuchillos, y con más suerte, atravesándote con las lanzas de sus miradas salvajes… El peligro no reside en las discotecas anegadas de borrachos y de envilecidos, de viejos indeseables que se sientan en los taburetes apoyados en las barras, contemplando el panorama, suplicando con ojos de macho ibérico que se acerque una joven perdida por los maduritos interesantes; pijos de cortijo que se hidratan con cubatas a los que, repentinamente, les viene la ventolera del baile y del jolgorio, y a quien tenga delante, ya sea tío o tía, o semitío, semitía, les toca el “pectoral”, dejémoslo ahí… No hablemos de ese peligro acosador y violento, repulsivo y animal… No. Tampoco hablemos del peligro que reside en comer una bandeja rebosante de calorías: secreto ibérico, tiras de panceta, sustratos de chorizo picante o de troceadas de chuletones de Ávila… Grasa y caloría, ¡peligro para arterias y corazones, aurículas y ventrículos! Y que no falten la esposa, novia, mejor amiga, (y en minoritarios casos, el marido, el novio o el amigo pesado y mariquita de turno) que te insisten incesantemente: “No comas mucho, que eso tiene muchísima grasa y te va a sentar mal. Que es peligroso para ti. ¡Que no comas más!” Y te retiran el plato con una solemnidad que asusta, con frivolidad, con una mueca de superioridad advirtiéndote del peligro de la tentación, del riesgo a caer en una enfermedad… ¡La enfermedad! Otro de los peligros que nos acecha en la sociedad cobarde… No hagas esto que te vas pillar aquello. Mirar mucho el móvil quema los ojos, mirar una pantalla deslumbrante en mitad de la noche te quita horas de sueño. Hacer mucho el amor provoca desamor. Defecar más de cinco veces al día te obliga a no salir nunca de casa. No salir nunca de casa acarrea desavenencias y posesión de arrobas. Estudiar demasiado atonta. Tocar la zambomba te puede dejar ciego. No rezar te conduce al Infierno. No ver las noticias y enterarte de la actualidad política te hace ser un ignorante… 

Constantemente esa advertencia, ese aviso terrorífico, esa precaución por algo que puede suceder… El miedo a perder a alguien o a algo… Cuando en realidad es un pavor desplazado, algo ajeno, no estamos atentos al peligro real… ¿Cuál? Alcen la mirada un momento, déjenle fija hacia lo que tengan arriba: ahí está el peligro. Viene del cielo. Es la desgracia profética… Y el trono, el asedio, el aposento de ese peligro es el balcón… Esas nubes de cemento fijadas a los edificios de las que salen ángeles sin alas caídos, que se espachurran en el suelo, muñecos de carne que manan sangre… Palomas alicaídas que pueden caerte en la cabeza dando un “apacible” paseo… Suicidas desplomados, que lo mismo aterrizan de pie, que de cabeza o no aterrizan directamente, ya que el aire los puede mover de un lugar a otro, mecidos como pluma aislada. Si caminan por calles estrechas, justo por debajo de balcones, para protegerse, por ejemplo, de la lluvia, precaución no vayan a lloverles otra cosa… Y no me refiero a los escupitajos, por cierto, que muchas veces salen de las ventanas describiendo una trayectoria merecedora de premio en uno de esos tantos concursos televisivos absurdos y estultos que tanta audiencia tienen.

Todo esto a raíz de un acontecimiento vivido en primera persona, accidente lamentable a causa del viento. Es un peligro de arriba: la maceta colgada del balcón. Un regalo de un querido familiar, un geranio florecido y verdoso, que pintaba mi pared encalada de un verde suave al ser reflejado por el sol… Y que, a causa de una fuerte sacudida de viento un día de invierno, saltó de la balaustrada a la que estaba “perfectamente fijado, seguro y sin moverse” hacia la calle. Lo sorprendente fue que, tras el abandono del hogar, no estalló en mil pedazos ni sonó el estruendo siguiente a la rotura. Me asomé y la mala Fortuna, o la buena, según se mire, hizo que aparcara en el canalillo de una pobre gitana escotada que pasaba por debajo justo en ese instante. Por no ser cautelosa con el peligro que vive arriba, en el barrio, en mi barrio, transita una gitana morena regordeta y rezongona, con un escote florecido, que regala brillos verdosos a las paredes encaladas y a los ojos que la contemplan. 

Así que, avisados quedan: miren hacia arriba, nido del peligro, y déjense de churrerías, delicatesen prohibidos, regüeldos indecorosos y demás. 

(No me meto en el temita actual de Cataluña, tan manido, ni en la Independencia, ni en la guerras de la Corona. Asuntos tan obsoletos y tan alejados de la realidad. Eso se lo dejo a los periodistas y a la televisión, que tantísimas vueltas dan al asunto.)



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