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Cultura, literatura, historia, música

Mirada al pasado con Aparicio

20 de Octubre | 12:24
Mirada al pasado con Aparicio
Eclosionó el 40º Festival de Teatro de Badajoz, el pasado 18 de octubre, no precisamente con una obra de teatro meritoria de comenzar estas jornadas de ruptura con lo cotidiano y de ensalzamiento de la Cultura por una vez en esta ciudad en que tantas cosas se hacen sin relación, para mí, con ella. Se proyectó un documental dirigido por Antonio Gil Aparicio que iba más allá de la mera exposición de un trabajo audiovisual y un recopilatorio de información referente al Teatro en la región en los últimos 30 años, cuando nació la Autonomía como la conocemos ahora, y momento en que, palabras de Rodríguez Ibarra que pudieron oírse en el cortometraje, el teatro caminaba de pueblo en pueblo, de escenario en escenario, para así llegar a todo el público posible. El documental, “El viaje hacia alguna parte”, recoge las vivencias y reflexiones de actores de la talla de Pepe Viyuela, José Vicente Moirón o Velardíez, dramaturgos como Concha Rodríguez, Fulgen Valares, Florián Recio o Miguel Murillo, compañías referenciales como Suripanta Teatro, cuyo último trabajo artístico, “Los Pelópidas” ha sido filmado por entero, ensayo a ensayo, momento a momento, ofreciéndonos la imagen del teatro detrás el escenario y la preparación de una apuesta para el espectador: los nervios, el proceso de desgranamiento del texto, la búsqueda incansable de la esencia, las exigencias actorales por rozar la perfección, y el tembleque debido a la sensación impresionante del calor del público ansioso.

Sin embargo, Gil Aparicio regaló un momento que se escapaba del mero objetivo de contar mediante grabaciones e imágenes el recorrido del teatro extremeño así como las principales figuras que han contribuido a su enriquecimiento; consiguió, mediante el documental, crear una atmósfera familiar, un aire de nostalgia y lagrimilla longeva, un sentir por dentro el vértigo del camino del tiempo, la oleada repentina del devenir, esa mano que azota y nos advierte de que las arrugas comienzan a nacer, que la locura juvenil languidece, y que uno empieza a decirse: ¡Cuánto tiempo ha pasado! Un extenso olor a naftalina invadió el Teatro López de Ayala, hedor captado por gentes que, como yo, ni siquiera han vivido la mitad de las cosas que se relataron debido a su juventud y aparición tardía, pero que, mágicamente, se empatiza de forma muy sencilla. De los 58 minutos que duró, varios aspectos claves pudieron sacarse en conclusión: uno, que el teatro es familia, y que como una familia se vive y se trabaja, son muchas horas de convivencia en las que se puede compartir hasta la ropa interior; dos, que del teatro es muy difícil vivir, y quien lo ha conseguido es porque sudor y sangre le ha costado, y quien no, debe compaginarlo con algo que de verdad le proporcione sustento en su vida; que el teatro debe ser considerado como una profesión como otra cualquiera, que aún hay quienes arrugan la nariz y fruncen el entrecejo cuando se les dice que Menganito es actor en tal Compañía, o que este otro se dedica a escribir para representar. Los que escuchan a un teatrero, mecánicamente, siguen inquiriendo por percibir cierto vacío en las declaraciones, de ahí el famoso: “Y aparte de eso, ¿a qué te dedicas?”. Pregunta que a tantos fastidia y humilla al mismo tiempo.

A continuación, mis conclusiones tras haberlo visto (y una vez he meditado bastante acerca de mi vida, del sendero que estoy emprendiendo, de la locura que cometí al montarme en el tren de la imaginación y escribir historias, contarlas ya sean verídicas o no, e incluso, para mí una suerte y lo más gozoso que pueda echarme a las espaldas, representarlo en un escenario y sentir el placer de un público entusiasmado junto a un grupito de insensatos de la farándula que tampoco saben exactamente a qué se dedican, quiénes son y cuál es su función en este Universo): el Teatro, efectivamente, es una gran familia, sentimiento este que surge por pura necesidad, un apoyo entre sus elementos que ha de existir debido al casi inexistente por parte del mundo externo, el mismo al que aún no se le mete en la cabeza que Teatro y oficio pueden significar lo mismo, que una Compañía teatral es también una empresa que paga sus impuestos, recibe subvenciones (y estas no son donativos por causas caritativas, sino la ayuda que reciben esos empresarios que trabajan y dedican horas a un producto, una obra, y que tienen que pagar Hacienda, Seguridad Social, etcétera. Es un grupo numeroso el de las personas que miran mal el hecho de dar subvenciones a actores y Compañías…). Tampoco se sabe todavía que el mundillo de la interpretación esconde entresijos de oro que merecen la pena prestarles atención. Como dijo Manuel Martínez Mediero en el documental, el problema grave reside en la Educación y en la Cultura. No es posible involucrar a los jóvenes en el espacio onírico del Teatro si en las escuelas y en los institutos el temario referente a este es suprimido o incluso reducido; si el profesor de Literatura de turno no proporciona una base cultural que se salga de la encorsetada lista de autores y obras, los cuales son estudiados de pura memoria por los alumnos para vomitar en el examen, por ejemplo, que “Don Juan Tenorio” es de Zorrilla; “Macbeth” de Shakespeare; “El Sí de las niñas” de Moratín… Y años después, liberados de esa carga inútil de memorística, no acordarse ni de quién es el autor del Quijote… Existen alternativas útiles y necesarias. Existen libros interesantísimos con que otorgar momentos inolvidables en la vida lectora de un joven. Es inconcebible que a un chaval de escasa edad, unos 13 años, se le obligue a leer “El Camino”, o “La Regenta”, y hasta textos de autores rusos, como “Crimen y Castigo”, y que, encima, deba enterarse de la historia y comprender lo que quiere contar el autor. ¿Miguel Mihura acaso no nos ha dejado un legado de obras absurdas y divertidísimas, de lectura ágil y provechosa, que para un joven sería algo maravilloso? ¿Jardiel Poncela no tiene obras cuya lectura dejan a uno perturbado? ¿No nos damos cuenta de que, proponiéndoles este tipo de lecturas, los alumnos se engancharán al ver tales joyas y querrán leer más y más? ¿Tampoco nos percatamos de la riqueza cultural y artística que tenemos en Extremadura? ¿Por qué, en una Lengua y Literatura impartida en esta región, no se puede representar, a modo de ejemplo, “EL Convidado” de Mediero? ¿Los escritores extremeños no tienen nada que ofrecer al mundo cultural para desaparecer en estantes como el de una Biblioteca Pública del Estado, una librería de “El Corte Inglés, otras tantas bibliotecas y librerías que se suponen son prestigiosas? ¿Qué está pasando en este maldito mundo de discriminación y desconocimiento? ¿Por qué no nos dejamos de quejar de la falta de un tren digno, cuando necesitamos otro para compartir rincones de espacios de lectura con otros grandes? ¿Es que tampoco somos capaces de enterarnos de que, como en el mapa de la comunicación ferroviaria, estamos aislados en lo que a lectura y cultura se refiere? Por un tren digno de transporte y de creación, esa debería ser la campaña. 

Creo que mientras el Teatro y sus gentes seamos tratados así, seguiremos haciendo Teatro, ya que, concibo, este es su motor. El Teatro significa crisis, y como crisis la debacle es el aire que se respira, y el caos lo que se siente, y el llanto y la irritación lo que se expresa. Quizá por eso, la gente “normal” mira con extrañeza a un grupo de artistas que toma cerveza en un bar, puesto que se besan de forma diferente, observan de manera poco habitual, respiran algo extravagante, y caminan con un nimbo poco visto que te sumerge en una contemplación cuasi divina. 

El cómico, por muchos siglos, seguirá siendo un correcaminos con la furgoneta y los bártulos, un portador de bocatas de tortilla de chorizo en papel aluminio y la lata de cerveza caliente, el desmontador de tingladillos y el apagador de luces. Esa es la función aparentemente inservible del tablado de historias: hacer unos cuantos de kilómetros, llegar a un punto en el que bien pueden atenderte amablemente, o bien te la tienes que arreglar por las calles desconocidas; montar el caos sobre las tablas, encender luces, estudiar la disposición de los personajes en el nuevo entorno, morirse de nervios, temblar como una hoja mecida por el viento, emborracharse a valerianas, ligar con alguna entusiasmada (o entusiasmado) que se tercie y que muestre gran admiración por la historia; recibir al público, reverencias al respetable, besar a los asistentes, dar la mano, aceptar con humildad los halagos y con respeto las críticas, desmontar el tinglado y volverse a hacer unos kilómetros hasta abrazar la añorada almohada… 

Como yo, lozano en estas materias, inexperto en el sufrimiento, pero que ya ha ido viendo lo que hace falta saber para preguntarse a uno mismo si es necesario seguir en esto, otros tantos que vieron el sensacional cortometraje de Antonio Gil Aparicio pueden hacerse estas reflexiones y charlar con su reflejo en el espejo, que viene muy bien. 

El tiempo pasa, o como nos comentó el director y artista reconocido Paco Suárez a las puertas del López, el tiempo no pasa, pasamos nosotros, el tiempo está detenido, nosotros envejecemos y alzamos la mirada ante lo que se ha recorrido: 30 años de historia en las tierras de la encina, lamentando y sonriendo, gozando y sufriendo, pero la vida es puro Teatro, y el Teatro es esa historia que se va sucediendo en actos sin un fin. Unos se van y otros vienen a hacer lo mismo pero con métodos diferentes, y los otros también se irán, dejarán una huella en una vieja y amarillenta hoja de noticiario y un nombre en las calles, pero le sucederán unos nuevos inexpertos que seguirán rellenando las páginas de nuestra Historia…

 


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