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La camiseta y las banderas

9 de Noviembre | 13:19
La camiseta y las banderas
Dice un dicho popular que “por si éramos pocos, parió la abuela” y eso es lo que ha hecho la RFEF con el diseño de la camiseta del próximo mundial. En unos momentos bastante complicados para la convivencia en nuestro país, no se les ha ocurrido otra idea mejor que sacar una “samarreta” que diría Guardiola o Pique con unas tonalidades que se prestan a todo tipo de elucubraciones y comentarios. Nuestro querido Madurito Chen no cabe en su gozo, aunque su daltonismo le haga confundir el azul con el morado y, los medios de comunicación, según sea su línea editorial, ensalzan o desdeñan el diseño “camisetil”.

No cabe la menor duda que la firma fabricante, desconociendo la idiosincrasia de este país, ha metido la pata con el diseño y que los dirigentes RFEF, herederos de un tal Villar, han demostrado, que no son más tontos porque no se entrenan. 

Permítanme que, aprovechando el show de la camiseta, haga una pequeña disquisición sobre nuestro país y las banderas: 

Todo el mundo sabe que una bandera es una pieza de tela normalmente rectangular, aunque puede adoptar formas muy variadas, que se sujeta por uno de sus lados a un asta o mástil. La función de la misma es identificar a un grupo de personas, o a un territorio. Como curiosidad diré que la bandera más antigua que se utiliza para identificar a una nación es la de Dinamarca.

En España las banderas han proliferado desde la edad media y así cualquier señor feudal que se preciase tenía su enseña particular, también ciudades, villas y villorrios y, con el tiempo, las provincias y posteriormente las comunidades autónomas pusieron en sus mástiles sus señas de identidad. La bandera que nos identifica como nación, como todo el mundo sabe, proviene de Carlos III, que sustituyó la blanca con la cruz de San Andrés por la rojigualda.

Pero España es una nación diferente y, en su diferencia está su previsibilidad, así los símbolos que nos reconocen como nación son y han sido cuestionados siempre por los que identifican a este país por el tipo de gobierno de turno. Mientras otros países, especialmente en Europa, mantenían sus símbolos, aunque variaran su régimen, en esta tierra nuestra bastaba un estornudo político para cambiar bandera, himno y escudo. Todo el mundo quiere dejar su impronta, y naturalmente, dada nuestra tendencia cainita, somos capaces de liarnos a garrotazos por tratar de imponer unos símbolos.

Cada 14 de abril o en cualquier sarao que se monte, algunos nostálgicos de la república de 1931 y otra serie de ultraizquierdistas sacan a la calle la bandera tricolor cuya vigencia en España apenas si llega a los 8 años.  Esta bandera tiene muy poco rigor histórico y nunca, quitando los años de nuestra 2ª república, fue distintivo de nadie ni de nada. Las atribuciones a los Comuneros – cuya bandera era una cruz roja en campo blanco-, a los liberales de Riego o a otros movimientos revolucionarios carecen de solidez histórica o al menos de una presencia que justifique su implantación. Algunos consideran esta bandera como federalista, pues era la manera de incorporar a la enseña nacional además de los colores de la bandera de Aragón, los del pendón de Castilla – color que era en realidad encarnado o carmesí-. Aunque si el color morado se utilizó alguna vez fue en 1833 cuando se produce la proclamación de Isabel II y se adopta un estandarte real morado, lo que reflejaba tanto un recuerdo del controvertido "pendón" como el apoyo de los liberales a la reina niña frente a los carlistas. Este fenómeno confluye con otro que se produce en el ámbito militar y que parece arrancar del Regimiento de Infantería de Castilla, actualmente denominado Inmemorial del Rey, considerado como el más antiguo del ejército español que adoptó uniforme morado en 1693 al parecer en recuerdo de haber tenido su origen en unas tropas reclutadas por un obispo castellano en tiempos de Fernando III, lo que determinaría el color eclesiástico morado que fue su distintivo. Es decir que el color morado era también patrimonio de la monarquía con reminiscencias clericales y no de ningún movimiento libertario; y de hecho en la primera república, ni Estanislao Figueras, ni Francisco Pi y Margall, ni Nicolás Salmerón, ni Emilio Castelar optaron por cambiar la enseña nacional.

Así pues salir a manifestarse con la tricolor cada vez que uno quiere oponerse, no sólo a la monarquía sino  a los gobiernos legítimos de un país democrático, no deja de ser un anacronismo y una pataleta sin sentido y,  peor es que alcaldes o presidentes de comunidades cuelguen en mástiles situados en edificios públicos una enseña que sólo sirvió para  contribuir a  enajenar las voluntades de todos aquellos que consideraban y consideran a la bandera rojigualda como el verdadero símbolo de España y no de la monarquía.

La bandera –igual que el himno y el escudo- nos representa, y no solamente a nosotros, también a nuestros antepasados; representa a nuestra tierra, a nuestra historia, a nuestras tradiciones, a nuestra literatura, a nuestra música, a nuestra idiosincrasia. Simboliza lo que fuimos, lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Respetar nuestra bandera, significa respetarnos a nosotros mismos y a miles de personas que dieron su vida para que fuéramos una nación libre. Nuestra bandera no simboliza al gobierno de turno, ni a los políticos corruptos, es el distintivo de un pueblo, el español que, a pesar de sus defectos, quiere vivir en paz y con prosperidad.  ¡Viva España!

D.B.


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