No se trata tanto de estar continuamente hablando del pasado como de no pervertirlo. Por eso, y dado que nadie lo hace, me siento obligada a contar ciertas cosas, no se si buenas o malas (que para eso siempre hay gustos) pero en todo caso ajustadas a la realidad.
Cuando llegamos al ayuntamiento hube de pedir un préstamo importante de dinero. Lo hicimos previa propuesta de un plan de saneamiento que debió de ser aprobado por el Gobierno de Madrid a través del Ministerio correspondiente. Cualquiera que tenga sentido común para leer, sabe que si hicimos todo esto fue porque las arcas estaban endeudadas de veras. Cuando me fui, las finanzas locales habían empezado a cambiar, los préstamos se estaban empezando a devolver, a los deudores se les estaba pagando, se habían actualizado los equipamientos más necesarios en la ciudad con incorporación de nuevas adquisiciones y se había aprobado un contrato del agua que llevaría al erario municipal un canon económico de 37,7millones de euros, que junto a una cantidad representativa para inversiones aún sin gastar, se ha usado posteriormente. Mi estancia en la Alcaldía fue de cuatro años.
Temo mucho a las medias verdades porque hacen estragos. En los crédulos, que siempre están dispuestos a creer lo peor de cada casa y en los arrinconados por ellas, bajo epígrafes grandilocuentes demostrados con el tiempo como vanos.
Cuando oigo hablar de los homenajes que determinadas personas de buena fe preparan a otros que ya no existen, no puedo menos de reflexionar sobre la injusticia tan grande que se les hizo a las víctimas, irreparable del todo por mucho que se empeñen, pues aquellas ya no se enteran de ninguna reparación.
Este país, España, parece sentirse más a gusto en ceremonias necrológicas con golpes de pecho que en correctas apreciaciones públicas de lo qué en realidad ocurre en cada momento. Nadie se arriesga a contravenir lo establecido como “normal” en cada época política y aunque humanamente se puede entender, dados los patrones económicos y sociales imperantes, podrían hacerse infinidades de críticas severas, desde un punto de vista estrictamente profesional o deontológico.
La sociedad responde “desenchufando” su mente colectiva, atendiendo a temas específicos, escuchando solo a los grupos hermanos, tirando de frivolidad. Y los jóvenes, ay, los jóvenes se curan en salud al no dar ni una mínima posibilidad a la organización que no sabe estar al quite. Que no protege en los derechos fundamentales.
En política hay mucha medianía que siempre espera agazapada su oportunidad. Hasta lograrla. Sabe de sobra lo qué es y hasta dónde llegan sus capacidades, pero aún así pelea por alcanzar la cima, con ayuda de otros similares a los que les cabe la gloria de haber alcanzado el objetivo de descabalgar por cualquier medio a quien estaba en el sitio al que ellos aspiraban.
Carmen Heras
