Si yo fuera cineasta, y de valía, haría una película sobre la época actual: cielos cubiertos, tiempo inseguro, conciencias confusas, mentes pragmáticas, soluciones al pil pil, niños consentidos, autoridad en cuestión, defensa de las apariencias....y así.
En el supermercado me piden una ayuda para el Banco de Alimentos, y al darla no puedo menos de pensar en el fracaso del Estado en este y otros asuntos similares, si como parece se precisa que cada ciudadano, además de pagar sus impuestos, deba sostener con algo directo y tangible como un cartón de leche a gente variada y varada en el acontecer de su vida.
Tropiezas con una foto de mujeres haciendo ganchillo, en mitad del Paseo de Cánovas, y vuelve tu memoria hacia los años en los que las niñas aprendían en los primeros cursos las técnicas elementales de costura, y el empeño de tu madre para que manejaras la máquina de coser que se te resistía. Luego, las modernas teorías pedagógicas dieron al traste con su enseñanza de la escuela. Pero ha vuelto, como lo han hecho el saber cocinar y esos pequeños talleres donde algunas amas de casa ganan un pequeño suplemento al sueldo del marido estrechando prendas y subiendo dobladillos.
Aprendí de los libros, y de la vida misma, que la historia siempre camina en zig zag, incluso en círculos concéntricos, un paso adelante y dos pasos en el mismo sitio o retrocediendo. Por eso, tal vez, seamos tan hábiles en destruir nuestras propias “hazañas” para volver a hacerlas con dedicación, cuál modernas Penélopes, aunque con menor pulcritud. Al lado de los avances tecnológicos del siglo XXI vuelve una cultura (¿o he de decir cultureta?) muy primaria, muy “de andar por casa” sin grandes críticos, con planteamientos décimononicos en su estilo, donde solo unos cuantos selectos se reúnen y debaten de sus cosas, sin vasos comunicantes hacia otros lugares, sin obligaciones ni compromisos generales.
La crisis ha rebajado tanto las expectativas que se hará difícil elevarlas en un tiempo y en tantos y posibles campos de actuación. Ha impuesto el individualismo en cada centro de interés aunque, taimadamente, lo muestre bajo apariencias de falsa solidaridad. Y ahí estamos la gente de mi generación, que hubimos de “descreer” las viejas enseñanzas y costumbres para construir algo nuevo y progresista, obligados a desandar nuevamente el camino, desaprehendiendo lo aprendido y volviendo a empezar. Y esto son “lentejas”. Del sí o sí.
Ah! Una pequeña observación. El título del artículo procede de uno de los temas de aquella hermosa película musical de 1971, “El violinista en el tejado”, en la que un lechero ruso intenta proteger las buenas tradiciones, mientras busca nuevos acomodos para su familia en una época extremadamente cambiante. ¿Les suena?
Carmen Heras
