Desde la realidad de las palabras me atrevo a decir que casi nada es lo que parece. Se avecina un año electoral lleno de contrastes. Veremos prodigarse los actos, las expresiones y hasta las muecas.
A poco que te despistes, te paran y te cuentan lo malo que es el mundo. O tú (cayendo en la trampa) se lo cuentas a ellos. Un horror, oigan. Un hervidero desordenado y ansioso. En el que cada cual tiene un sitio, y si no lo tiene, desaloja a quien haga falta hasta encontrarlo.
Desde la corporeidad física de las cosas las observo con estupor. Los mismos sones, idénticos escenarios, causas similares. Innovación cero. Pasaba por allí cuando descubro que el verano es fiesta, el otoño, trabajo, el invierno, frío y la primavera, majestad. El gran Vivaldi acertó como nadie al ponerle la música a un recuerdo, a una pasión, a un aroma. Aprendí mucho de Vivaldi mientras estudiaba Electrónica en aquellos días universitarios tan llenos de ilusión y estímulo. Por el contraste. Que es quien enseña.
La parte nunca debe confundirse con el todo, amigos. Y el todo no es algo, si cada parte que lo conforma, no lo es también. Quiero decir que cuando gritamos “los patos del estanque son blancos” lo que estamos asegurando es que no hay ninguno de otro color, porque si lo hubiera, no estaríamos hablando certeramente de lo general.
Esto, que debe aprenderse cuando nos iniciamos en el conocimiento básico matemático, debiera presidir el campo de la verdad de las relaciones humanas y políticas. Sin embargo es desconocido por quienes, cada día, hacen afirmaciones tajantes. Han de saber (sin embargo) que cuando alegremente dicen “os queremos”, los oídos que escuchan son conscientes de estar ante una mentira, pues lo cierto y verdad es que no “se quiere” a cada uno, en su específicidad y circunstancias. Ah! ¿Qué hacer eso es imposible? Pues no lo digan, entonces. Sabido es que acompañar a las personas en las bodas no requiere esfuerzo, y sí estar a su lado en el llanto, que suele ser un verdadero coñazo.
Cuando observo fotos del Facebook me sorprendo, en las de actos politico-sociales de cómo pueden seguir haciéndose las mismas acciones protocolarias de hace tiempo atrás, existir idénticos ademanes, similares consignas, eslóganes clásicos con gente mucho más joven, sabiendo que ésta se siente tan desprendida de “lo de antes”. Aunque “lo de antes”, sea quien los puso ahí. Renovar, renovar y renovar es lo que tiene, que de tanto renovar para dar una imagen nueva, se rompen realmente los vínculos intergeneracionales y desaparece la conexión que a lo largo de la historia siempre tuvieron los miembros de una “familia”, creada precisamente desde una clara conciencia de lo que significa el compañerismo.
(El Campo de la Verdad es una zona de Zamora en la que se produjeron los hechos del Cerco a la misma en las disputas entre reyes hermanos que narra el Romancero. Se peleó allí por el honor de la ciudad y sus habitantes.)
Carmen Heras
