“María, ven a verla, tenemos un niña” fue la exclamación emocionada de mi padre, una madrugada fría de noviembre, cuando anunció a una amiga de la familia que yo había llegado a este mundo. Viejita, como está, cada vez que nos vemos, lo recuerda. “Fui la primera que te cogió en brazos” -me dice.
¡Qué cosa tan maravillosa es el nacimiento, venimos acá y contemplamos por primera vez con los ojos la tierra a la que llegamos.! El lugar de la nacencia que no es indiferente a nuestro futuro y a nuestras condiciones de vida posteriores. De sobra saben los expertos en educación, que la familia lo es todo cuando se trata de trabajar con niños. También ahí están las desigualdades. Y no por el mayor o menor desahogo económico en el que el pequeño se desenvuelve, sino porque aquel suele llevar aparejadas unas expectativas diferentes. Los hijos de padres con profesiones liberales tipo medio/alto suelen ser mejores en los estudios y sentirse mucho más resistentes por y para ello. Lo dicen las estadísticas. Aunque haya excepciones.
El otro día me contaron la historia de un alcalde de izquierdas de una pequeña ciudad de provincias. Hijo de un peón albañil, es titular de un puesto considerado de la parte baja de la administración, pero ha estudiado varías carreras y es un hombre preparado. ¡Y además ha llegado a alcalde! -recalcaron. No cumple la norma.
Me sorprendí, no por lo que relataban, sino por el aprecio hacia la importancia del cargo público y que hoy está tan vituperado. A ver si va a resultar que en las descalificaciones que a veces se hacen sobre personas y personajes, habita una pizca de envidia y por eso son tan gruesas a veces.
No sabemos cuándo nacemos hacia dónde caminarán nuestras vidas. Antes todo era más previsible, pero ahora, nuestros chicos y chicas se sienten ciudadanos del mundo, porque es cierto que lo son, y pocos hacen diagnósticos contundentes en organizaciones tan líquidas como las que tenemos.
Y es inútil hacer frente a la improvisación. De cuando B se hizo novio de A recuerdo la incomodidad de la madre de él (llamémosla C) porque no le gustaba la familia de ella. Y parece que no hubo tregua hasta que se separaron (o al menos eso se contó por entonces). Luego, cuando el matrimonio de B (con una testigo de Jehová) fue infeliz, hubo muchos que le dijeron a C, que hubiera sido mejor el casamiento de B con A, que por otra parte siempre estuvo enamorada de él, a pesar de tener otras parejas. Todo un teorema, amigos. Y mal resuelto.
De la atracción, perversa o no, entre hombres y mujeres hay quien podría hablar un rato largo. Es inexorable. La física y la química que decía aquel. Es muy difícil que algunas mujeres pongan la cabeza por delante del corazón ante una toma de decisiones que tenga que ver con un hombre (porque han sido educadas como dependientes) y en ello estriba, demasiadas veces, el que no busquen y no logren los números uno en la profesión o en la política frente al varón, mucho menos atado en las obligaciones sentimentales. Y algo parecido debe ocurrir cuando hablamos de violencia, que parece que la chica juega muchas veces con fuego y no se aparta lo más lejos posible al detectar los primeros indicios. Y eso no hay ley que lo salve. Lamentablemente.
Carmen Heras
