Pues que quieren que le diga, han puesto música en la calle y la alegría es contagiosa gracias a canciones tan clásicas como los villancicos de siempre, que hacen cosquilleos en el estómago. Yo pensé que ya no me gustaban, de tanto cómo los hemos oído en nuestra infancia, pero me sucede como con la música del mítico programa radiofónico “Ustedes son formidables”, que los llevo tatuados por debajo de la piel.
Han sacado los productos a la calle para que las personas tropecemos con ellos y al paso me topo con prendas de niños, utensilios de cocina, bolsos y pañuelos de señora, zapatos, botas y otros objetos. Supongo que con la creencia de que el “estilo mercadillo” en la calle gana adeptos. Cerca, vigilan los dueños o encargados de los negocios, no vaya a funcionar alguna mano larga, que de todo hay en la viña del señor.
Hace frío, porque es temprano y porque es invierno, y la calle, sombría, no parece atraer a demasiados viandantes y compradores, pero la musiquilla suena graciosa mientras al fondo una pareja de policías locales guardan la valla que prohíbe a los coches pasar. Cánovas contempla imperturbable el esfuerzo.
He quedado a tomar un café fuera de esta calle, pero me paro con conocidos aquí y allá. Los comentarios son unánimes. Todo está muy parado, la gente no compra, cuando nosotros nos jubilemos quien tomará las riendas de los negocios, quien va a seguir si no habrá nadie que quiera este oficio que no siempre es rentable...
Y surge la palabra fetiche, Amazon. Me cuentan que Correos estos días no da abasto con tanto paquete como debe repartir. La época de las cartas en aluvión ha pasado, aunque sigan existiendo las tarjetas de felicitación por Navidad. Pero ahora, los carteros, dentro y fuera del edificio principal, están hasta arriba de trabajo. Todo el mundo compra por correspondencia. Son buenos precios y calidades, hay variedad para gustos distintos.
Y me voy con desasosiego, y cuando lo comento con mis amigos, asienten con la cabeza y me dicen que el proceso no tiene marcha atrás y que ellos, los comerciantes, se lo han buscado, con sus escasos objetos para vender, con su no demasiada eficacia, con sus horarios restrictivos y su manera de entender la venta y la atención al cliente. La opinión es mayoritariamente negativa.
“Ella nota”, al igual que una vez escribió el poeta Ángel González, (me he permitido una pequeña licencia, pues él se refiere a si mismo, y aquí yo lo pongo en boca de la ciudad) “cómo todo se va volviendo menos cierto y confuso, disolviéndose en aire, cotidiano y burdo, jirón deshilachado y roto por los puños”. La ciudad confiada y altiva, la ciudad llena de patrimonio, se consume en sí misma, en la torpe creencia de que todo se arreglará algún día. Por si sólo. ¿Pero, cómo lograrlo sin brazos para ello?
Aún así estamos en época navideña. Felices días, tengan ustedes, amigos. Los buenos deseos personales no deben faltar.
Carmen Heras.
