El otro día escuchaba yo un programa radiofónico sobre nuevas reediciones de cuentos infantiles, mejor dicho sobre la reformulación de sus mensajes. Se trataba, dijeron, de adecuar los planteamientos al momento actual. De hacerlos comprensibles a los niños y que éstos no sufran. Puesto que ahora todo parece relativo, relativicemos lo qué se cuenta, el grado de responsabilidad de los protagonistas, y las moralejas.
Me quedé literalmente obnubilada, no sólo por lo que significa de descaro (hay palabras más fuertes para calificarlo) el atreverse a tocar la propiedad intelectual de una historia, sino porque desde siempre nos han dicho los estudiosos, que todo cuento busca escenificar, por la vía de lo concreto, la perenne lucha del bien y del mal entre los humanos. Si se relativiza, los códigos originales cambian.
No pareciera importar a quienes hablaban. Ni siquiera, el conocer qué los niños no son tan débiles como pretenden lograr qué pensemos. En la equidistancia entre lo qué hace Caperucita y lo que hace el Lobo; en la ausencia de crítica a las malvadas hermanastras de Cenicienta, para solo detenerse a observar el protagonismo excesivo del Príncipe despertando a la Durmiente, (Bella, claro), estalla la relatividad moral de nuestro tiempo, en todo y para todos, apoyada en los pragmatismos de moda y utilidad personal, y no tanto en la ética clásica.
Oliver Nachtwey, profesor en la Universidad de Basilea, es un sociólogo alemán autor de “La sociedad del descenso. Precariedad y desigualdad en la era posdemocrática (Paidós, 2017)”. En su libro defiende que el temor de los trabajadores a perder su medio de vida les lleva a una regresión (y con ellos a toda la sociedad) fruto de la propia precariedad en la qué viven, abandonados por el Estado y los empresarios, a partes iguales. Literalmente solos. Lo cuál desbarata equilibrios sociales históricos. No hay, o no se las quiere ver, clases sociales. La modernidad es regresiva. La desigualdad, cada vez mayor. La democracia, devaluándose a pasos agigantados.
Estas razones son para Nachtwey, el desencadenante de los populismos y la subida de la extrema derecha en Alemania, una nación en la que aparentemente se ha sabido luchar contra la crisis, pero en la que, a su juicio, la experiencia real de la gente no coincide con las grandes cifras macroeconómicas de los informes oficiales. La fragmentación de las relaciones laborales, lleva a salarios distintos para trabajadores que hacen el mismo trabajo y a una subcontratación de servicios en condiciones peores. Lo cuál es fácilmente equiparable a lo qué sucede en España, ¿no les parece?. Por algo somos Europa.
Aquí y ahora, el día a día camina entre las peroratas de los convencidos y las lamentaciones de los insatisfechos. Junto a unos y otros, algunos han optado por la indiferencia y el refugio en su mundo de papel. Y mientras tanto, la tierra gira, guste o no, al personal que la puebla. Así que más valiera a los que saben de soluciones, o al menos así lo “cacarean”, empezar a sustituir las frases grandilocuentes por las actuaciones adecuadas en cada caso, en coherencia con lo que nos predican. La ola avanza inmisericorde; extremista, o no, dependerá de cuánto esté de frustrado el vecino de planta.
Carmen Heras
