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Opinión-Editorial

Perder la inocencia

18 de Marzo | 11:49
Perder la inocencia
Uno ve las imágenes de las personas cuando pasean juntas e intuye que están sopesando “un ten con ten”, sobre todo si son políticos en ejercicio. Pero no solo ahí; uno aprende, a la fuerza, que hay lugares en el deambular de la vida cotidiana que nadie traspasa en exceso, no sea que cualquier caña se vuelva lanza y alancee a quien la lleva. Tanta es la inseguridad de los portadores de las enseñas. 

Así que uno aprende, a diario, que casi nada es lo que parece y que las amistades y los odios pocas veces son al 100% puros, porque siempre hay una parte de connivencia del oprimido con el opresor, del jefe con el criado, incluso del clavo con la herramienta que lo golpea y hunde. Sucede así que poco a poco la personas pierden la inocencia. Y se acostumbran a torear entre dimes y diretes, asuntos banales y serios, y hasta a hacer chufla del árbol caído, cuando no les cae en gracia. 

Y se produce la jibarización (jibarizar significa 'reducir, disminuir', generalmente con connotaciones negativas, y es un verbo que proviene de una metáfora que alude a la práctica de los pueblos jíbaros de cortar las cabezas y reducirlas) y que es, por tanto, una expresión muy atinada en este momento para describir metafóricamente la pequeñez de algunas mentes seleccionadas para representarnos. Similar, aunque visto desde otro punto de vista, al modo de los pequeños árboles que cultivan los japoneses, los bonsáis (que no son plantas genéticamente empequeñecidas, sino que se mantienen pequeñas dándole forma, podando el tronco, las hojas y las raíces cada cierto tiempo, dependiendo de la especie; y que si se cultivan adecuadamente, sobrevivirán el mismo tiempo que un árbol normal. Lo cual en política, pues figúrense ... 

Puede que todo lo anterior esté de moda, o al menos no espante demasiado. Mientras al lado se producen profundos análisis sobre los territorios, observamos cada día la transformación de un lugar, cada vez más envejecido, y más parcializado en blancos y negros, en buenos y malos, en interesantes para mi o no, en el que en otro tiempo se atisbó la esperanza. Una esperanza hoy destruida entre todos, pero muy directamente descapitalizada por quienes han tenido la posibilidad de hacer algo al respecto (con los medios y material humano de qué disponen y con los recursos obtenidos). De aquellos que debieron controlar el síndrome de “matar al padre”, para que no se llevara a lo mejor de una generación por delante. 

En mi humilde entender existen, sobre todas las demás, dos grandes responsabilidades en cualquier cargo público con capacidad de tomar decisiones: una, es el mantenimiento de la convivencia, que no debiera nunca ser quebrada en litigios varios de unos contra otros. Y cuya ausencia debiera ser duramente castigada en las urnas. Y la otra, la falta de proyecto para el lugar en el que un político ha de ejercer su función. Pues, de no haberlo, no tiene sentido que consiga tamaña responsabilidad. Ni siquiera que opte a ella. 

Carmen Heras



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