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MIS MARTES AL SOL

Manuel Vicent, cuando llega San Isidro

13 de Mayo | 17:21
Manuel Vicent, cuando llega San Isidro
La columna antitaurina de Manuel Vicent cuando llega San Isidro es inevitable, provocadora y genial. Tiene a un público entregado y cada día más numeroso, aunque provoque en los del puro, la gomina y el sombrero de paja y la gorrilla proletaria un efecto contrario. Luego quedamos algunos románticos y amigos de la dehesa, que cada día lo tenemos más difícil para decir siquiera unas palabras en favor del toreo. La chusma que acompaña al mundo del fútbol y los toros, y a las mafias que lo mantienen nos lo pone imposible.

Sin embargo, la provocación de Vicent, me pide cada año evocar algún recuerdo sobre la fiesta ensangrentada, que tantos recuerdos ha dejado en el arte, el cine o la literatura. Siempre acuden a mi memoria la estampa de unos minutos de Curro Romero en Málaga, independientemente de todos sus miedos. La de Rafael de Paula, por encima de su machismo incomprensible. O la de ver salir al ruedo a José Tomás, como el gran Messi de los toros, haciéndote vibrar y poniéndote el alma en vilo con cada uno de sus pases, mientras se miran toro y torero.

Todos los años suelo releer ese pequeño opúsculo de José Bergamín, que tituló “la música callada del toreo”. Y también la tauromaquia de Pepe Hillo, ilustrada por Picasso en 1957. Y todo ello me lleva a meditar sobre las dos Españas, siempre presentes en el solar del ruedo ibérico.

Estar a un metro de un tigre, entre barrotes, o de un toro bravo, con la cerca de piedra de una dehesa por medio, y que te miren a los ojos, es ese espectáculo que te hace temblar de miedo y te lleva a quitarte de en medio inmediatamente. 
En esas escenas es cuando llegas a entender el miedo de Curro Romero, y a valorar algunas de sus pocas faenas memorables, y cuando no puedes entender la sangre fría de José Tomás, en ese diálogo que se establece entre el toro y el torero, mirándose a los ojos.

Sé que Vicent seguirá escribiendo cada año su columna contra el toreo, y tiene razones poderosas para ello, pero sé que yo también me acordaré de algunos momentos taurinos, escritos por toreros, escritores y artistas, que permanecerán siempre en mi recuerdo.

Y cuando pase por las dehesas de bravos que veo de vez en cuando, me acercaré a verlos y me apartaré enseguida, en cuanto uno de ellos se arrime a ese muro de piedra que nos separa. 

Alguien escribió aquello de la ecología del toro de lidia, pero mucho tendrán que cambiar las cosas para que el toro pueda conservar el adjetivo de lidia, o se quede solo con el de bravo, que no habrá nunca tendencia humana que se lo quite.


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