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Opinión-Editorial

Repudio a la corrupción, a los corruptos y a los corruptores

11 de Noviembre | 16:33
El corrupto no nace, se hace. Las personas no vienen al mundo con una predisposición innata a apoderarse de lo que no es suyo. Adquieren ese hábito vil durante su vida.

Seguramente habrá algún informe que indique la edad en la que se cae más en la corrupción, pero no se necesita estudio alguno para llegar a la conclusión de que en España hemos atravesado, y seguramente aún no lo hemos dejado atrás, el periodo más castigado por la lacra de la corrupción de buena parte de su historia. Basta con escuchar lo que se dice en las conversaciones comunes de la ciudadanía, lo que se publica en los medios de información, lo que investigan los Cuerpos de Seguridad del Estado y lo que llega hasta los tribunales de justicia.

Es normal que a la inmensa mayoría de los ciudadanos, a tantos millones de personas honradas, le cansen ya tantas informaciones sobre corrupción. Pero hay que seguir informando, hay que seguir investigando y juzgando y, en definitiva, persiguiendo a los responsables de todas y cada una de las ilegalidades que se detecten. Hay que limpiar lo que esté sucio. Y hay que hacerlo sin confundirse: la gran mayoría de la sociedad está formada por ciudadanas y ciudadanos que llevan a gala su honradez.

Hay corrupción porque hay personas corruptas y hay personas corruptas porque otras personas corruptas las corrompieron. Cierto es que nadie se corrompe si no quiere, pero también es verdad que tanta corrupción hay en quien se deja corromper como en quien corrompe. Y no es una pescadilla que se muerda la cola, no es un círculo vicioso, sólo es la triste realidad.

Corrupción puede haber, y de hecho parece que la hay, en cualquier ámbito. Sin embargo, no se le mide a todo el mundo con el mismo rasero. Fijándose en los medios de información parece que hay más corruptos en la política que en cualquier otra actividad. Y no es así. Ser político no es sinónimo de ser corruptible. Lo que ocurre es que la sombra de la corrupción se agranda cuando emana de personas conocidas, ya sean sindicalistas, tonadilleras, concejales, alcaldes, parlamentarios o políticos de otro tipo. También hay personas corruptas en el funcionariado. De hecho, sin la colaboración, por acción u omisión, del funcionariado, en las administraciones pocas corruptelas podría haber.

A pesar de ello, los mayores corruptos no están en la política ni en la administración. Están en las empresas. Y, además, son reincidentes y recalcitrantes pues no se limitan a corromper a uno, dos o tres funcionarios y políticos. Corrompen a gran escala, todo lo que pueden.

Contra su bazofia hay que luchar con medios policiales, con sentencias judiciales y con penas pecuniarias y carcelarias. Pero, además, el empresariado corrupto y corruptor debe recibir, de un modo rotundo y para siempre, el repudio de la sociedad, de los ciudadanos de a pie, además del de las instituciones, pues nos engañan y nos roban al menos dos veces: cuando corrompen a la administración para hacer negocio y cuando hacen negocio vendiéndonos lo conseguido con sus corruptelas.
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