Extremadura busca su futuro
 | | 10 de Diciembre | 12:40
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Con una población de poco más de un millón de habitantes (1.104.004 al concluir el año 2013), asentados sobre un territorio de 41.635 kilómetros cuadrados, lo que supone una densidad poblacional muy baja (algo más de 26 personas por kilómetro cuadrado), a lo que se une una capacidad de producción más que notable, poco puede esperar Extremadura de su mercado interior como motor de arrastre de su economía. Ocurre ahora y ha ocurrido siempre. Y mucho más en el pasado, cuando la distribución de la riqueza y la escasa protección social de quienes no tenían otro medio de subsistencia que sus manos, su arte o su ingenio, ponían en la emigración la frontera entre la comida y el hambre. Afortunadamente la situación ha cambiado muchísimo. En Extremadura todavía se emigra, pero la emigración no es ya el único camino hacia la supervivencia. No obstante, en lo económico, Extremadura sigue dependiendo del mercado exterior, de la exportación. Aunque con un matiz importante. Ha pasado de exportar mano de obra sin cualificar -algo que se remonta a la conquista de América y que tuvo su expresión más lacerante y destructiva en las migraciones masivas a Europa, al País Vasco, a Cataluña, Madrid, Navarra y Valencia, sufridas durante la década de los años 60 del siglo pasado-, a exportar productos, a llevar su producción a otros mercados, a buscar clientes, socios y compradores. Y a buscarlos de forma activa, sin esperar sentada en la plaza de sus pueblos a que alguien venga a interesarse por ella. Y no sólo productos. Extremadura está dispuesta a vender servicios y a ofrecer lo mucho y bueno que la naturaleza le ha dado para generar con ello una riqueza que revierta directamente en la región. En esta estrategia hay que enmarcar iniciativas como las ayudas a la exportación que lleva adelante el Gobierno de José Antonio Monago, o la captación de inversores a través de programas como Invest in Extremadura, que conjuga el apoyo a los empresarios extremeños y a los que manifiestan interés por trabajar en la región. También forma parte de esta estrategia el apoyo a la imagen exterior de Extremadura a través de contactos con países como China o Israel. Y en esa línea está también la potenciación de la imagen utilizando como soporte el patrimonio histórico regional, como ocurre, por ejemplo, con el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y con los Premios Ceres, que optimizan al máximo el escenario del Teatro Romano emeritense y de los teatros, también romanos, de Regina y de Medellín. Y en esa estrategia se enmarca igualmente el deseo de aprovechar al máximo la disposición de Woody Allen para ofrecer en Badajoz el segundo de los tres conciertos que este año dará en Europa. El primero en Mónaco, el tercero en Barcelona y el segundo en Badajoz. No se trata de que Extremadura pague por ver a Woody Allen. Se trata de que Woody Allen vea Extremadura, que repare en su existencia, que el nombre de Extremadura se relacione con el del genial artista estadounidense. Ya en el año 2009, durante el Gobierno del PSOE, la entonces consejera de Cultura, Leonor Flores, anunció que Bruce Springsteen, daría un concierto en Cáceres. Pero el roquero de Nueva Jersey no llegó a venir a Extremadura. Woody Allen es un gran amante del jazz y un destacado músico, pero su mayor prestigio está en el cine. Es un actor peculiar y un director fantástico. Y Extremadura puede ofrecerle mucho al cine. Y no sólo a Woody Allen. El Gobierno de Monago lo sabe y está preparando importantes incentivos, de hasta el 50% de los gastos originados en Extremadura, para que el cine empiece a considerar a esta tierra un plató apetecible, en lugar de el mero escenario de un atraso secular, el escaparate de la ignorancia y de la leyenda negra. Extremadura sigue mirando al exterior, pero ahora en vez de llevar una maleta de cartón en la mano, guarda la maleta y ofrece la mano para intentar revertir el flujo migratorio. Se acabó el tiempo de esperar sentado en la plaza. La prosperidad nunca da el primer paso, hay que ir a buscarla.
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